El pueblo que en 2019 votó la cancelación definitiva del choreo macrista-radical no tenía dudas ni vacilaciones en su esperanza. Sabía que había sombras en el horizonte, y entre ellas, y fundamentalmente, la infame dizque «deuda» que iba a ser potro difícil de domar, porque no había otro camino que auditarla para pagar solamente lo que correspondiese y no el choreo generalizado del gobierno macrista-radical que hoy se pretende paguemos.
Para esta columna ésa fue la última oleada de patriotismo generalizado, y de esperanzas, que sintió el pueblo argentino. Se confiaba hasta allí en la decisión de las dirigencias de recambio, y ni se cruzaba por cabeza alguna que pudieran asumir actitudes blandas a la hora de defender y sostener la soberanía, ni mucho menos que aceptaran colaborativamente la entrega del patrimonio de la Patria y menos en asociación con los esbirros imperiales de siempre y los cipayos repotenciados.
Pero así vienen las cosas, el retroceso es hoy tan odioso como parece imparable, y ahora nos quedan recursos extremos, como la convocatoria a marchar la próxima semana, el 1º de Febrero, en repudio de 4 jueces de la Corte Suprema completamente deslegitimados y repudiados por la civilidad.
En tal contexto, no es ocioso recordar que hace justo un siglo, en 1922, la Argentina y el mundo vivieron un año decisivo en innumerables aspectos. Para bien de la literatura universal y la construcción de la esperanza, ese año se publicaron libros fundamentales como el Ulises de James Joyce, Siddartha de Hermann Hesse, Hermosos y malditos de Scott Fitzgerald, La tierra baldía de T.S. Eliot, Trilce de César Vallejo y aquí en la Argentina ese año nacieron futuros grandes narradores como Beatriz Guido, Antonio di Benedetto y Marco Denevi.
También podría apuntarse que en agosto del 22 falleció nuestro más prolífico naturalista y escritor: Guillermo Enrique Hudson. Y que dos meses después, en octubre de hace 100 años, en el pizarrón de la Escuela Nacional Nº 28-64 de la localidad de Cajón de Ginebra Grande (Provincia de Chubut), un inmigrante español y almacenero que oficiaba de maestro, escribió en el pizarrón de la escuela, al aire libre para aprovechar un día de buen tiempo y para siempre: «La República Argentina basa su porvenir en la educación de sus hijos».
Síntesis perfecta del desastre que hoy vivimos con la destrucción de la educación nacional y el auge de la educación basura que trajo el macrismo y hoy tiene singular consistencia en los cuatro centros más poblados del país –Capital Federal, Córdoba, Santa Fe y Mendoza– donde prima la epidemia de universidades elitistas al servicio, consciente o no, del neoliberalismo apátrida.
Aquel almacenero se llamaba Mauricio Fernández, había nacido en la provincia de León, España, y de él se decía que robó a su esposa Paulina y huyó a caballo desde Neuquén. Lo cierto es que con ella tuvo 7 hijos y fue propietario de la Estancia San Miguel, donde tenía un almacén de ramos generales con casa matriz en la localidad de Cajón de Ginebra Grande. Desde allí solicitó –cuando la educación era nacional y cuestión de estado– la creación de la Escuela Nº 64, que funcionó en el galpón del almacén y que años después, renovada, empezó a funcionar en el valle, en Piedra Parada, y hoy es la Nº 7706 y lleva su nombre en su homenaje.
Esta semana se cumplen, además, 25 años de la partida hacia otros cielos del inmenso narrador Osvaldo Soriano (1943-1997), quien fue amigo y colega de este columnista y cuya pérdida es todavía irreparable para la literatura argentina y para el periodismo de ideas y bien escrito hoy pervertido por la hiperconcentración empresarial dedicada a la mentira como negocio. Fundador de este diario, su recuerdo sobrevuela siempre cada nota que escribimos quienes fuimos sus amigos y discípulos.
La prematura pérdida de Soriano, talentosísimo gladiador antimenemista, nos dejó a sus amigos sin brújula y a la literatura argentina medio en pelotas, si se permite la expresión. Porque además de su originalidad y frescura, su prosa impecable y agudísima, sus historias desopilantes y su profundidad de ideas y astucias narrativas, Soriano fue el gran cronista del Siglo 20, le guste o no a ciertas corrientes rancias del academicismo. Y A sus plantas rendido un león (de 1986) es, se opina aquí, la obra que mejor anticipa el disparatado rumbo de esta república.
Para quienes lo ignoran todavía (sin dudas las jóvenes generaciones) el título de esa novela deviene de la letra original de nuestro Himno Nacional, en la que sus autores (letra de Vicente López y Planes y música de Blas Parera) hacían referencia al Reino de España, vencido en las luchas por la Independencia. Pero a la vez esa novela alude, brillante y jocosa, al otro león, el llamado Reino Unido, vencedor en la Guerra de Malvinas cuatro años antes y frente al cual en la novela se gesta una revolución socialista en la imposible y muy literaria República de Bongwutsi, en la que hay una representación diplomática argentina a cuyo frente está el delirante cónsul Faustino Bertoldi, quien libra una especie de batalla personal contra Inglaterra.
En esta novela la imaginación de Soriano alcanza cimas asombrosas: el ejército de gorilas, la revolución socialista imposible y el traslado en un tren lleno de esos gorilas son cimas literarias que merecerían un monumento. Es una novela de aventuras y parodia política, que transcurre en África y en plena guerra de Malvinas. Bongwutsi es un remoto país africano donde ese peculiar cónsul argentino resulta entre asombroso, divertido y patético. Al mismo tiempo, en Europa, crece una conspiración para convertir a Bongwutsi en una República Socialista. Otro argentino participa en ella, y con otros asombrosos revolucionarios tejen una narración desopilante y conmovedora.
Fue el propio Osvaldo quien definió esta novela magnífica: «Me salió una novela de aventuras políticas en África, ambientada en plena guerra de Malvinas. El personaje central es un cónsul argentino que se empieza a preguntar qué haría el general San Martín en su lugar. Es el primero de mis libros con verdaderos personajes femeninos y tiene, además, un grupo de locos africanos que quieren hacer una revolución del desorden (…) A ese país sin futuro le traspuse la realidad argentina. Y la idea que seguimos teniendo de África como el fin del mundo se une con ese otro fin del mundo que son las Malvinas». Textual.
No fue una de sus novelas más populares, hay que anotarlo. Quién sabe qué esperaba la crítica porteña del escritor más popular de ese fin de siglo, pero millones de lectores y lectoras amaban a Soriano aunque la academia lo despreciara y maltratara ignorándolo. A esta columna siempre le pareció un texto delicioso, quizá el más adoloridamente argentino que él haya escrito, siendo que en toda la obra de Osvaldo se nota el dolor por lo que se perdía con el menemismo, plagado de hordas de ladrones y entregadores de nuestra soberanía. O sea. @
Fuente: https://www.pagina12.com.ar/397238-noticias-de-bongwutsi