Marlene Wayar sigue conmovida sobre lo que ocurrió el martes pasado en los tribunales de La Plata, cuando cinco integrantes del colectivo travesti y trans declararon como sobrevivientes de crímenes de lesa humanidad de la última dictadura. Si durante su testimonio, como testigo de contexto, planteó que el genocidio “fue exitoso” en relación con el grupo que integra y de cuyos derechos humanos es activista, en esta entrevista con Página/12 destaca que los testimonios de las compañeras significan la posibilidad de “sanar”: “Estábamos tan excluidas y tan descreídas del ejercicio de Justicia y de que nuestras voces pudieran ser oídas. Nuestro ejercicio permanente siempre fue el de olvidar. Esto va a empezar a invitarnos a hacer memoria para sanar”, definió.
Wayar es una referente fundamental del activismo travesti y trans local y regional. Al comienzo de su testimonio ante el Tribunal Oral Federal 1 de La Plata se presentó como ceramista, practicante “durante muchísimos años” de la prostitución, psicóloga social, investigadora, escritora. Mencionó que recibió dos honoris causa (Universidad Nacional de Rosario y Universidad Nacional de Mar del Plata), que comenzó a “activar” mientras aún se prostituía, que participó de la formación de varias cooperativas de travestis-trans de trabajo y de vivienda, que activó también en el campo feminista, que publicó dos libros: “Travesti: una teoría lo suficientemente buena”, de Muchas nueces, y “Furia travesti. Diccionario de la T a la T”, de Paidós.
La auxiliar fiscal Ana Oberlin la convocó a declarar debido a este recorrido, pero sobre todo a la capacidad que tiene Wayar de dar un marco a los relatos que la precedieron y que hicieron historia en el proceso de juzgamiento a genocidas. De las cinco testigas con las que compartió audiencia, Wayar sólo conocía a una, Julieta González, del Archivo de la Memoria Trans. “Pero de cruzarla, nomás. No conocía su historia”, dijo en diálogo con este diario.
–¿Qué sabías de la persecución al colectivo durante la dictadura?
–Lo que comentaban las travestis con quienes crecí, en Córdoba. Yo soy nacida en el ´68, y soy la herencia de aquel tiempo. Salí al espacio público, a la vida, en el ´83. Estaba la Argentina volviendo a la democracia. Eran las vivencias de la generación que me precedió, las que nos cuidaban a nosotras, a quienes les quedaron muchos yeites, muchos miedos. Eran relatos intracomunitarios, no salían porque la palabra travesti tenía un absoluto descrédito. Salían en comentarios entre nosotros, casi del tenor de una leyenda urbana. Con el tiempo, con el activismo, empezamos a tratar de reconstruir la represión contra las disidencias, no sólo a la comunidad travesti trans transexual, usando como hilos los trabajos de Jorge Salessi, la militancia y la denuncia de Carlos Jauregui y la escucha de Marshall Meyer, a hacer un relato posible.
–- Durante tu testimonio apuntaste que las travestis fueron desplazadas del cuerpo social durante la dictadura. ¿Por qué?
— El objetivo de una fuerza opresora es cambiar las relaciones sociales preexistentes para instaurar otras nuevas. En el caso de la población disidente la dictadura viene a intensificar una estigmatización que ya venía ocurriendo, que ya había implementado el discurso religioso. Intensifica desde el costado criminológico, con la instalación del pánico social, del terror moral, de que éramos seres peligrosos, y también con el patológico, sobre que teníamos problemas mentales. Como sea, seres que merecíamos ser controladas, sesgadas, reconducidas a campos de concentración a cielo abierto dije yo, determinadas zonas de los territorios sociales, exterminadas, con el objetivo de preservar al hombre familiero, trabajador, cristiano.
– La propia fuerza genocida habla de que llevó a cabo una «guerra contra la subversión»: ¿de qué se trataba la subversión de las disidencias sexogenéricas?
— La subversión del desobedecer a la moral ética, a los valores cristianos, a la heteronorma. El ejercicio de la subversión en el caso de las travestis no estaba clandestino ni oculto. Las fuerzas no debieron hacer inteligencia para hallarlas porque el cuerpo las delataba. Estos cuerpos, hipervisibles, eran un atentado cotidiano. Son cuerpos que no debían existir. Las fuerzas armadas les otorgan absoluta discrecionalidad a las policías locales, como si la población travesti trans transexual no revistiera de importancia suficiente para que ellos se ensuciaran las manos, como sí lo eran las militancias políticas, las gremiales, las estudiantiles. A las policías les venía bien, les inflaba el ego, la sensación de poder, de impunidad y también la caja: con la plata que les robaban a las travestis en situación de prostitución se armaban una caja chica.
–¿Consideras que hubo un antes y un después de la dictadura en términos de persecución al colectivo travesti trans transexual?
— Hemos estado expuestas a un largo contínuum de violencia como comunidad, pero según los relatos, la violencia se intensifica después de la dictadura. Porque hay una mano de obra que queda acostumbrada al uno de la sangre, a la impunidad de hacer lo que se les ocurre sin el peligro de ser cuestionados. Una mano de obra que ha sido entrenada para esto y queda sin tarea. Las poblaciones más vulnerables son las que les quedan al alcance de la mano para saciarse. La comunidad travesti quedó entregada a la Policía. No fuimos las únicas, porque también hemos visto ensañamiento con hombres que debían salir de sus casas a trabajar de madrugada, con empleadas domésticas, con inmigrantes, con pobres. Pero con nosotras hubo especial ensañamiento porque no tuvimos el poder de denunciar, de plantear lo que sufríamos socialmente. Nuestra única herramienta frente a esta violencia fue la posibilidad de ser funcionales a su caja chica. Entonces, en la medida que entregábamos dinero y que éramos dóciles, la pasamos un tanto mejor. Aunque de todas maneras debiéramos ir presas sistemáticamente, pues las policías debían justificar estadísticas.
–¿En qué sentido considerás que el genocidio fue exitoso con ustedes, como dijiste durante tu testimonio?
— Sumamente exitoso. Nuestro promedio de vida en la actualidad, estadísticamente, es de 32 años. No habemos en el imaginario social viejas travestis, no habemos en el imaginario social travestis que no vivan de ejercer la prostitución. Nosotras no estaríamos en el planeta si no fuera por que seguimos naciendo, si no fuera por que hay niñeces trans, por eso seguimos caminando. Yo lo he dicho en ocasiones anteriores: tengo un cementerio en la cabeza repleto de compañeras muertas, todas por razones evitables, el VIH, la violencia policial, suicidios, y esto es efecto de la última dictadura, del estigma que volcó sobre nosotras, que nos criminalizó, nos patologizó aún más. Habilitó que los padres cuando una criatura mostraba su expresión de género, su deseo de una identidad otra, la primera reacción era la represión, y la segunda la expulsión a la calle. Estadísticamente, nosotras alrededor de los 13 años asumimos nuestra identidad y más o menos a la misma edad nos volcábamos a la prostitución, por fuerza mayor, como modo de subsistencia. Esto está cambiando recién ahora, con organizaciones de padres y madres intentando comprender y acompañar a sus hijas e hijos. Pero seguimos soportando mensajes nazi de comunicadores, dirigentes, formadores de opinión cuya intención es seguir alimentando el odio contra poblaciones particulares. Creo que el objetivo no es hacia estas poblaciones, sino más bien imponer el odio como modo de vincularnos en líneas generales. Si nos odiamos entre todos y todas eso le sirve al poder real.
–Junto con Valeria del Mar, las testigas del martes son las primeras querellantes travestis-trans del proceso de juzgamiento a genocidas de la última dictadura. Es probable que sus casos sean los primeros en tener una condena. ¿Qué consecuencias tendrán sus testimonios ante la Justicia para el resto del colectivo?
–Esto abre una puerta cuyos efectos apenas podemos llegar a vislumbrar. Lo más inmediato y concreto que buscan las chicas que declararon es reparación. Y a partir de estos testimonios, de este poder hablar, poder reconocerse ante la sociedad como parte de la población que sufrió estos crímenes, empieza a habilitarle al resto la posibilidad de hacerse preguntas a ellas mismas. Estábamos tan excluidas y tan descreídas del ejercicio de Justicia y de que nuestras voces pudieran ser oídas que nunca hasta ahora se lo habían planteado. Nuestro ejercicio permanente siempre fue el de olvidar. Olvidar lo malo que nos pasó. Entonces, esto va a empezar a invitarnos a hacer memoria para sanar. La memoria, no fue un recurso que tuvimos nosotras al alcance de la mano. Esto que pasó el martes nos lo habilitó, nos habilitó el derecho a la verdad y una posibilidad de reparación: que la haya alguien que diga públicamente que esto que pasó, que esto que les pasó a las testimoniantes en el juicio y tantas otras, es injusto, no debió haberte pasado: nadie debió haber perdido un hijo o una hija, nadie debió haber sido torturado o torturado, nadie debió haber sido violado o violada. Todos esos hechos tremendos que perduran, porque perduran en democracia, matan a pibes en las villas por ser morochos, matan a pibes en las calles por usar gorrita, matan a albañiles en las comisarías por ser pobres.
Fuente: https://www.pagina12.com.ar/543096-marlene-wayar-nuestro-ejercicio-siempre-fue-olvidar-esto-nos