El excombatiente y actual director del Museo Malvinas Edgardo Esteban logró por estos días lo que puede constituir un antecedente relevante vinculado a la causa Malvinas: recuperó legalmente su cédula de identidad, junto a otros objetos que fueron robados a los soldados argentinos en la rendición de la guerra, 40 años atrás. Iban a ser rematados en EBay, como parte de un activo y redituable mercado de «trofeos de guerra» que este planteo legal internacional pone inéditamente en cuestión. Tras el acto de restitución oficial de estos documentos, que será el próximo jueves en Cancillería, se abren nuevos capítulos en una historia que, como todo alrededor de Malvinas, sigue abierta, en medio de planteos de soberanía, identidad, y una memoria en permanente construcción y disputa. 

El misterio de las fotos

El primer capítulo que se abre tiene que ver con las 44 fotos que aparecieron en la casa del coleccionista que iba a vender el lote, junto a una medalla de un soldado inglés y dos billetes de 5.000 y 500 pesos argentinos. Esteban constató que, contrariamente a lo que imaginaba, no son fotos de una cámara que él llevó a la guerra. Como consignan coincidentemente los relatos de los excombatientes, cuando había cámaras o rollos fotográficos era lo primero que se quitaba a los soldados y oficiales, junto con las armas y los cascos.

¿Cómo llegaron esas fotos, en sorprendente buen estado, a ese «lote de remate», junto con los otros objetos? ¿A quién pertenecieron, quiénes aparecen en esas imágenes que eran desconocidas, y en qué circunstancias fueron tomadas? Una primera revisión de ese material (llegaron, hasta ahora, fotos de las fotos) premitió establecer algunas inferencias, por el tipo de fusiles, de cascos, de antiparras. Pero será el equipo de investigación del Museo Malvinas el que se pondrá a trabajar para develar el misterio. Hasta que no se encuentren sus protagonistas, y no sea autorizado por ellos o sus familiares, no se harán públicas. 

El derecho a la identidad

La historiadora y periodista cordobesa Alicia Panero, autora de los libros Mujeres Invisibles. La historia silenciada de las mujeres en la guerra, y Soldado desconocido. No somos nadie, fue la que en 2020 detectó el remate de la cédula de Esteban, como ya había hecho antes con otros objetos en remate, o también se ha dado el caso, en posesión de veteranos británicos o escoceses que manifestaron querer devolverlos. 

Panero se ha dado a estas búsquedas desde hace años. Cita la Convención de Ginebra, habla del derecho a la identidad, a la memoria. «Los objetos personales son de cada uno, si un casco lleva el nombre de un soldado, le debe ser devuelto a él o a sus familiares. Y si no, al Estado argentino», describe. «La memoria es de todos, nadie tiene derecho a quedarse con un pedazo de historia. Esos objetos, además, son fuentes que nos pueden dar mucha informacion», dice como historiadora. 

Hace poco una búsqueda suya logró restituir el casco del soldado José Luis Galarza, que murió en combate. Lo recibió su papá, Miguel, de 86 años, en Duggan, provincia de Buenos Aires. Allí el hombre hizo una estatua a su hijo, adonde llevará también el casco. «Ese padre se despidió de su hijo cuando se fue a hacer la colimba y nunca más lo vio. Ese casco es lo único que recuperó de él, significa mucho», explica la historiadora. 

Hay otras búsquedas abiertas: El manual de tirador del suboficial Julio Saturnino Castillo, que también murió en Malvinas y del que tantos soldados le han hablado tan bien. El casco de un piloto argentino que tiene un camuflaje particular. Una medalla identificatoria. «Son historias que siguen abiertas. Es memoria personal y colectiva, debería estar prohibida su venta«, plantea. 

La cédula que Edgardo Esteban recibirá el jueves.

Como el viento de Malvinas 

«Fue un impacto muy fuerte cuando Alicia me avisó por teléfono, de alguna forma me shockeó y me dolió. Era mi documento, mi identidad. Tenía un significado muy profundo que lo estuvieran rematando», repasa Esteban en diálogo con Página/12. De inmediato inció a través de Cancillería y de la embajada el pedido de restitución: «Ratifico mi deseo de recuperar mi cédula de soldado por una cuestión humanitaria y porque es mi derecho, no se puede mercantilizar un documento, un bien que es mío y que forma parte de mi historia», dejó sentado. 

Se pudo reconstruir que un oficial de apellido Sinclair fue quien vendió inicialmente la cédula. Pero quien ahora era el vendedor se negaba a entregar el material. «El abogado argentino que vive en Londres Miguel Amadeo Cincotta se subió a esta aventura, trabajó ad honorem. La policía de Scotland Yard tuvo la causa parada mucho tiempo, hasta que la tomó la división Crímenes de Guerra y empezó otro proceso. Detectaron la dirección y fueron a la casa de este señor», repasa el autor de Iluminados por el fuego

«Cuando me avisaron me puse a llorar de vuelta. Los que estuvimos en la guerra la llevamos encima, creés que lo tenés todo resuelto, pero con estas cosas te vuelve todo, como el viento de Mavinas, que te pega y te descoloca». 

El suyo es el primer caso de devolución de un objeto de guerra por la vía legal. Más allá del logro puntual –Esteban adelantó que donará los objetos recuperados al Museo Malvinas–, es importante porque puede servir de precedente para futuros reclamos y restituciones. 

El casco del soldado Altieri

Un caso que se hizo conocido en su momento fue el del casco que le salvó la vida al soldado Jorge Altieri. Se trataba de un objeto emblemático, porque llevaba la marca de aquella herida de gravedad que el veterano recibió en la cabeza durante la cruenta batalla de Monte Longdon. Altieri hasta había intentado comprarlo en un primer remate, pero un comprador británico triplicó su oferta y le fue imposible llegar con la suma. La historia se cerró cuando el empresario Daniel Hadad, al enterarse del caso que fue seguido por el portal Infobae, compró el casco en más de 11 mil libras y se lo entregó a su dueño. 

«Fue un gesto muy loable, pero debería haberse restituido sin que mediase compra«, marca Panero. «Cuando detecto algo que se vende mi intención siempre es promover que las cosas se devuevan, porque están en juego las historias personales, las identidades. Sobre todo entre los soldados, porque entre oficiales y soboficiales, las cosas parecen darse con mayor facilidad, tal vez porque las instituciones se mueven más. La identidad del soldado siempre ha quedado relegada y hasta puesta en discusión», lamenta. 

Edgardo Esteban inició un reclamo que puede sentar precedente. Imagen: Guadalupe Lombardo.

Otra forma de imperialismo

La historiadora cuenta que en Gran Bretaña también se ha dado, de otra forma, el debate sobre la «militaria», los objetos de guerra que son deseados por los coleccionistas. «Es común que el mismo veterano británico, que a veces se encuentra en aprietos económicos o por ejemplo sufre problemas de adicción, sea el que haya vendido esos objetos. Pasa mucho con las medallas. Hay una organización que se llama «Detectives de Medallas», que las recupera y las devuelve. Es lo que corresponde», comenta. 

Cuando se trata de objetos de soldados argentinos, en cambio, cuarenta años después siguen circulando, se venden, se rematan, o van a parar a lugares como el British Museum, que en su sección «Falkland Islands» tiene objetos, fotos, hasta cartas (aunque, en este último caso, sin nombre de destinatario especificado, por lo general son cartas que se mandaban, por ejemplo, desde las escuelas). 

«Salvando todas las distancias, es como cuando te muestran un pedazo del Partenón, de las pirámides, todo lo que se robaron y tienen exhibido en sus museos. Salta a la vista que eso no debería estar ahí, pero se toma por normal», lamenta Esteban al relatar lo que sintió cuando tuvo oportunidad de visitar esa sección del museo en Londres. 

La historia de la brújula

En los relatos de los excombatientes aparecen escenas del momento de la rendición: la requisa, la orden de que entreguen todos los objetos que llevaban con ellos, el desgarro que en muchos casos significaba separarse de eso que tanto significó en la guerra, las «trampas» para «pasarlo», que la mayoría de las veces no funcionaron. Por lo general lo único que les permitieron mantener fueron las cartas, que muchos llevaban protegidas en bolsas en los bolsillos, excepcionalmente algún rosario, alguna medalla de la Virgen. 

Claudio «el Tano» Rapino tiene grabado cómo «los ingleses tenían unas camperotas llenas de bolsillos, se ponían adentro todo lo que les entraba y que nos iban sacando». Está seguro de que gran parte de eso es lo que terminó después comercializándose. En el reciente libro Fuego sobre fuego (el título hace alusión a que fue el único bombero voluntario que fue a Malvinas, y volvió a serlo a su regreso), cuenta que le dio tanta bronca que se llevaran su preciada brújula, que la arrojó en la lancha que lo llevaba al Canberra, de regreso al continente. «Pero un soldado inglés me vio y la agarró. Se acercó y me dijo en perfecto castellano: ‘ahora sé cómo volver a casa’. Hoy daría mucho por tener conmigo esa brújula», recuerda.

La brújula, el manual, los cascos, las medallas. Cuarenta años después, muchos objetos siguen en manos de quienes no son sus legítimos dueños. Tal vez sea un reflejo –pequeño en su dimensión material, trascendente en su peso simbólico– del reclamo soberano mayor, el de la causa Malvinas. Los reclamos siguen abiertos, la memoria, también.   

Fuente: https://www.pagina12.com.ar/415799-malvinas-trofeos-de-guerra-y-derecho-a-la-identidad