Carlos Maria Carcova fue uno de los pocos juristas argentinos dedicados a pensar en serio y críticamente la filosofía que se enseña en nuestras facultades. Decir «teoría crítica» puede parecer -y es- una obviedad para cualquiera que se dedique en serio a la filosofía, pero no es algo tan obvio en el mundo del derecho, que apuesta y sigue apostando aún hoy por la lógica formal, por el positivismo jurídico ciego y por los razonamientos «válidos» en apariencia «neutrales», que piensan que si se acercan a la política, a la cultura, a la poesía, a la subjetividad (y a los cuerpos), se «contaminan», perdiendo así su carácter «científico». Había que desmontar esta mentira. Y Carcova fue uno de los que más impulsó ese proceso.
De un lado está, desde hace medio siglo, la teoría «pura» del Derecho. Kelsen, el círculo de Viena. Del otro, el iusnaturalismo cristiano (Bidart Campos, Rodolfo Vigo, entre otros). Y del otro, más minoritario todavía, estaba Enrique Mari (que discutía con Roberto Vernengo, otro positivista, traductor de Kelsen, crítico del exceso de “literatura” en las aulas, como Tulio Halperín Donghi, positivista que le cuestionaba a Duhalde y Ortega Peña hacer de la historiografía un subgénero de la “literatura”) y sus sucesores, como Carcova, (no el único, también está Claudio Martyniuk), que invitaron a pensar el derecho argentino con otra óptica, más contextualizada, menos colonial, más activa, con voz propia. De una manera más comprometida y por ende, más realista y más humana.
Los positivismos historiográficos (Donghi cuestionando a Ortega y Duhalde) y jurídicos (Vernengo cuestionando a Enrique Mari, reivindicado por Carcova y Alicia Ruiz) se cruzan. Y siempre cuestionan, desde ángulos diferentes, la “política” (bastaría ella sola) de derechos humanos. Carcova estaba de este lado. Como Duhalde y Ortega en su lucha por el revisionismo histórico (“decadente”, diría Donghi), base de lo que luego sería la política de Memoria, Verdad y Justicia. La memoria es la “opacidad” para los historiadores “neutrales” (“serios”). El positivismo juega sus cartas “técnicas”, formales, no tan “comprometidas”, en ambas canchas (pocos campos son más conservadores como la Historia del Derecho, Abelardo Levaggi, amigo de Mariluz Urquijo, diciendo en el doctorado en UBA Derecho que David Viñas era un “rojo” es un recuerdo difícil de borrar, en ese mundo conservador hacía teoría crítica Carcova). Pero ningún concepto (tampoco en Historia) es “neutro”. Ninguna palabra.
Allí es donde Carcova cuestiona no sólo la «pureza» (del derecho), sino la supuesta «transparencia» de los conceptos. Los conceptos no son neutrales. Los conceptos jurídicos (“formales”, por eso cuestiona a Robert Alexy) tienen contenidos e historia política. No son «transparentes». Son «opacos». No es casual que con esta mirada, Carcova se haya acercado a la teoría crítica (que Habermas, otro crítico de Alexy, defiende) y sobretodo, haya defendido un cruce que las nuevas generaciones de abogados interesados en filosofía jurídica hoy vuelven a rescatar: el cruce de la poesía con el Derecho. El cruce de la palabra «cruda», no «pura», sino comprometida, sucia y «manchada» con el Derecho. La palabra que construye «justicia» no es una palabra sin historia. No es un «tecnicismo». Es barro. Es correr un riesgo.
La última vez que vi a Cárcova fue en el cumpleaños 80 de Zaffaroni, en una mesa en la que estaba también el querido Julio Maier. Uno como abogado «crítico» no puede evitar sentir que son muchas las perdidas y mucho el camino que tenemos que aprender a transitar solos. Duhalde, Mari, Carcova, Maier, son muchos nombres muy valiosos que ha perdido el derecho argentino. Maier, un indispensable, quería quemar su título de abogado, Carcova, no tan extremo, tenía una desazón parecida. El desafio es revertir este descreimiento (que no comparte su común amigo y maestro de medio mundo, Raúl Zaffaroni) y que el derecho le vuelva a servir a las mayorías.
Que la «Justicia» vuelva a ser para nosotros una palabra con algún sentido. Un horizonte por el que vale la pena pelear. Carcova apostaba por eso. Por eso le importaba más la poesía que la lógica formal. Como a Duhalde. Como a Mari. Como a Maier. Todos defensores de derechos humanos. La poesía está de este lado. No del otro. El otro es el lado «formal». El lado aparentemente «neutro». Sin voz. Carcova fue el primero en impugnar por tramposa la «transparencia» de la Razón «abstracta». Mostró que escondía una estructura que no quería ser nombrada. Que se disfrazaba de «apolítica», de «independiente», de «progreso». De «transparencia». De «universalidad». Pero no es nada de eso.
Carcova le hizo a la filosofía jurídica argentina la misma crítica que Emmanuel Chukwudi Eze le hizo a la filosofía y a la antropología de Kant: le mostró que su pureza «universal» era una mentira y un error. Todos tenemos un compromiso. El error no es tenerlo. El error es no asumirlo, o pensar, peor aun, que los lenguajes «técnicos» pueden disimular (o que sirven para esconder!) nuestras ideas. Nuestros intereses o nuestros deseos. Por eso la reivindicación de la poesía (y su cruce con el Derecho) va de la mano de la reivindicación de los cuerpos (largamente desaparecidos) con sus emociones y sentidos. Por eso Carcova apoyaba decididamente y más que ningún otro «filósofo» del derecho el proceso de Memoria, Verdad y Justicia. Su filosofía no era una filosofía ciega pensada desde y para los salones de París. Era una filosofía consciente. Crítica de la repetición. No siempre (y por suerte) del todo «académica».
Fuente: https://www.pagina12.com.ar/478125-la-opacidad-del-derecho-argentino