El Senado hizo ley el Acuerdo con el Fondo Monetario Internacional (FMI). La sesión fue relativamente breve sin estridencias en el recinto ni incidentes en las calles severamente valladas. El oficialismo “compra” tiempo, aspira a consolidar gobernabilidad, crecimiento y redistribución.

En la misma semana siguió subiendo la inflación mientras escalaba la interna del Frente de Todos (FdT). Ninguna de ambas parece haber tocado techo. Dos factores de riesgo que condicionan el escenario que se abre.

El presidente Alberto Fernández decidió hacer pública la notoria incomunicación con la vicepresidenta Cristina Fernández de Kirchner, producto de divergencias también resonantes. La vocera Gabriela Cerutti las fue propalando en sucesivas conferencias de prensa. Dentro de ese contexto, Alberto Fernández anunció (quizá con excesiva prisa) la “guerra contra la inflación” y prometió lanzarla anteayer.

El breve discurso postergó la mayoría de los anuncios que harán los ministros bajo sus instrucciones. Se adoptaron, mediante publicación veloz en el Boletín Oficial, dos medidas anticipadas en la semana: la suba de la alícuota de retenciones a derivados de la soja y la creación de un Fondo especial para el precio del trigo. Ambas medidas son deseables y excede las competencias de este cronista vaticinar si producirán las consecuencias deseadas.

AF volvió a hablar de un momento bisagra que abre mejores perspectivas. Promete que este Acuerdo –que estipula metas cuantitativas pero no medidas de ajuste habituales en otros suscriptos con el FMI— será acompañado con una suba del PBI, una ligeramente menor del gasto social, mejoras en el empleo, despliegue de obra pública entre otros propósitos. Un programa que muchos aliados de la coalición oficialista consideran irrealizable. Lo consideramos de muy difícil concreción aún quienes creemos que el Acuerdo era menos malo que el default. Una chance bien “finita” como dicen los comentaristas de fútbol.

Las votaciones en Diputados y en el Senado pusieron de relieve las divisiones del oficialismo y propiciaron un reencuentro de Juntos por el Cambio. Alberto Fernández saludó el resultado final, calificando a la mayoría de “abrumadora”. El adjetivo funge como mensaje a la minoría construida por el sector kirchnerista. Este cronista opina, con respeto, que el elogio constituye un error. La mayoría fue inédita y es irrepetible. Los cambiemitas no apoyarán ningún avance social o económico del Gobierno. Entre otras secuelas, el veredicto electoral dejó un Congreso muy parejo lo que dota a la oposición de alta capacidad de veto, ya comprobada desde diciembre.

Para honrar la deuda interna el Estado precisa recaudar más, en parte por crecimiento, en parte por mejoras en administración tributaria. El círculo cerraría mejor si pudieran crearse nuevos impuestos progresivos o subieran alícuotas de los ya existentes. La oposición jamás acompañaría. Lo ha planteado hasta el cansancio. Puso el grito en el cielo por un retoque –modesto en números, legal y sensato- practicado por la Administración Federal de Ingresos Públicos (AFIP) respecto de las valuaciones de inmuebles ubicados en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires para mejorar la cosecha por Bienes Personales.

Funcionarios del equipo económico y legisladores avispados avizoran que en 2023 o (quién sabe) antes, la opo promoverá proyectos de ley para abolir o reducir impuestos como parte de su campaña electoral. El empate en el Congreso los frenaría pero meterían ruido en sentido inverso al rumbo del Gobierno.

La mayoría del jueves fue exótica, rara avis de un día, exhibe las disputas dentro del FdT. Podría llamársela “abrumadora” pero por motivos distintos a los que subrayó Alberto Fernández.

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El regreso de los cónclaves: El ministro de Agricultura, Ganadería, Pesca y Alimentación,  Julián Domínguez, debió frenar la prepotencia del Consorcio ABC que había resuelto incumplir su compromiso de suministrar cortes populares de carne a Precios Cuidados. Para disuadirlos les advirtió que no podrían seguir exportando si incumplían sus obligaciones. Los dueños de las vaquitas se fueron enojados y hasta atónitos; su voracidad reconoce pocos límites.

Con ese antecedente fresco cuesta compartir el optimismo del Gobierno cuando resucita mesas multisectoriales para buscar acuerdos estables sobre precios y salarios. Abundaron durante la presidencia de Alberto con resultados decepcionantes. Sobran imágenes de encuentros, faltan realizaciones.

Las clases dominantes argentinas carecen de reflejos solidarios y de vocación para pagar impuestos. La desigualdad creció durante las sucesivas crisis: el macrismo, la pandemia, la que va incubando la guerra. La voluntarista expresión “nadie se realiza en un país que no se realiza” pinta mal la distribución de la riqueza criolla. Omite que en estos años hubo ganadores y perdedores. Estos son casi todos los argentinos, se subraya “casi”. Pero hay sectores que medraron, lucraron y crecieron.

Cuestionar al expresidente Mauricio Macri por haber alentado la fuga de capitales es justo, a condición de extender el reproche (y la consiguiente responsabilidad) al selecto elenco de fugadores y lavadores.

Hoy en día convive la mayor parte de la población que no llega a fin de mes con suntuosos miles de magnates (si fueran rusos los medios hegemónicos los llamarían “oligarcas”) que atesoran fortunas fuera del país como para mantener a varias generaciones de descendientes.

Exigirles un esfuerzo adicional, que repatríen “algo”, que se hagan cargo de la malaria, que contribuyan de modo especial, es un imperativo de equidad. La igualdad ante la ley no es mecánica, la equidad impone distinguir entre quienes ocupan posiciones desiguales.

El titular de la Unión Industrial Argentina (UIA) Daniel Funes de Rioja irá a la mesa que arma la Casa Rosada. Pero alerta que se opone a cualquier aplicación de la Ley de Abastecimiento. En el otro rincón, el titular de la CTA de los Argentinos Hugo Yasky, afirma: “Vamos a asistir para que no exista la tremenda injusticia de tener compañías multinacionales que producen alimentos y tienen ganancias millonarias mientras hay asalariados que no llegan a fin de mes». Construir una bisectriz entre demandas tan antagónicas por vía del consenso suena ilusorio, voluntarista al extremo.

Cuando asumió AF prometió que se crearía por ley un Consejo Económico Social. Consultivo, sometido a reglas precisas, tendría el rol de analizar proyectos de ley y pronunciarse de modo no vinculante. Un avance institucional para escenificar diferencias, para iluminar las conductas de diferentes actores. La movida quedó en suspenso por motivos anecdóticos, en mala hora, Se la suplió por una instancia homónima, menos regulada e intermitente colocada bajo la órbita del secretario de Asuntos Estratégicos de la Presidencia, Gustavo Beliz. Con baja luminosidad y sin reglamentos firmes el muleto no cumple las funciones del original.

Retomemos las nuevas convocatorias. El “Estado presente” no tiene que ser neutral (o, mejor, tiene que no ser neutral) en la pugna entre capital y trabajo. Las correlaciones de fuerzas favorecen a la concentración económica, de poderes, de prestigio. La crisis sanitaria puso en llaga las diferencias, ahondándolas. El sector financiero domina el capitalismo global, se impone.

La lucha contra la inflación podría narrarse de otro modo: los sueldos no alcanzan. Si se admite una osadía: es valioso alzar la guardia contra “el ajuste” pero hay que comprender que la pobreza y la desigualdad son tremendas incluso sin “ese” ajuste… en buena medida porque hubo otros. 

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La interna y la unidad: La coalición oficial se construyó para impedir la reelección de Macri. La acechanza actual es el regreso a la Casa Rosada de alguna figura de JpC. Anticiparla, combatirla con armas lícitas, es un desafío para el conjunto del FdT que atraviesa su peor momento.

La coalición nunca conformó un espacio ajeno a los institucionales, a la gestión misma, para discurrir sus diferencias, discutir sobre “política”, juntar a los principales referentes.

El método, recurrente en diferentes administraciones desde 1983, muestra sus hilachas. Se agravan la diferencias, añejadas desde diciembre desde 2019 y aumentadas desde la renuncia del diputado Máximo Kirchner a la presidencia del bloque.

El medio, con frecuencia, es el mensaje. Las
recriminaciones o cuestionamientos se lanzan al espacio público mediante
comunicados, cartas o sencillos tuits. Sube el volumen de las acusaciones y su
asiduidad. Ya no solo se critica al compañero o compañera de equivocarse: cunden imputaciones
sobre mala fe o complicidad
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La crítica del secretario de Energía Darío Martínez al ministro de Economía Martín Guzmán por haber dispuesto restricciones presupuestarias asfixiantes se propagó en un medio opositor. En condiciones normales debió ser una discusión dentro de un equipo. Sin conocer detalles, este cronista no señala quién fue el responsable del cortocircuito aunque sí resalta la inconveniencia de tantas polémicas a plena luz jugando de visitante. Son maná para los adversarios políticos o los enemigos que también existen y rondan en círculos cual aves de rapiña.

Los intercambios sonoros o escritos se potencian puertas adentro. Los que convocan a la ruptura total de un lado. Los que inducen a “Alberto” para que los “eche a todos”. O a tal o cual funcionario díscolo. Uno es reacio al género chusmeril, a “Intrusos en el espectáculo político”. Tiene pocas ganas de azuzar el furor intestino o revolear nombres propios. Señalar el problema y el peligro común es, en cambio, imprescindible.

Claro que la unidad no tendría razón de ser sin una política que justificara la supervivencia del Frente de Todos. Pero es condición necesaria para que se intente el relanzamiento del Gobierno, el cumplimiento de su compromiso de capitalizar la oportunidad (estrecha mas no nula) que abren dos años sin pago de dólares al Fondo, con ciertos márgenes para diseñar una política económica de sesgo nacional y popular.

El regocijo de las variadas oposiciones en estos días podría servir de advertencia, es instructivo.

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Pandemia, cuidados, repartos: Se ha escrito y hablado mucho de la pandemia. Es complicado o cercano a lo imposible captar de volea, en vivo y en directo, los alcances de tamaño cambio. La incertidumbre, la omnipresencia del miedo y de la muerte, la acentuación de las desigualdades, las consecuencias de encierros, tal vez impliquen un cambio civilizatorio que nos pasa delante de las narices y no terminamos de internalizar ni de comprender.

Entre nosotros, impresiona la subestimación respecto de la solidaridad y la templanza de los más humildes. Su conducta cimienta la gobernabilidad que prevalece en la Argentina. Es una construcción social que se sostiene merced a esfuerzos cotidianos y colectivos. Dato que se pasa por alto, por soberbia o ignorancia.

Algo parecido acontece con la estabilidad institucional. Sostenida, con vaivenes, desde 1983, las sucesivas crisis pueden minarla. 

La votación del año pasado, amén del brusco (injusto, seguramente) viraje del péndulo a la derecha, reveló una baja en la participación. La apatía ciudadana y las heridas de la peste deterioran al sistema democrático. El microclima político da la impresión de circular por carriles ajenos a la gente común. El firmante de esta columna, no teme tanto al crecimiento del diputado Javier Milei como a la pérdida de confianza, de compromiso, de mística de la gente de a pie. La vida en comunidad, está escrito en la piedra, es un plebiscito cotidiano. La alienación de entornos o protagonistas serrucha el piso común, quiérase o no.

Volvamos al eje. Combatir la inflación, mejorar la vida de tantas personas necesitadas, es absoluta prioridad. Sin cambios rotundos, palpables para los argentinos, el Gobierno no tiene chances de revalidarse. El discurso del presidente, su anuncio con palabras poco felices, varias de las medidas que mencionó, no parecen alumbrar una salida. Otras estimulan más, como la suba de ciertas retenciones o el pressing al ABC.

El desafío, sin embargo, subsiste. Siguen en pie la posibilidad de endurecer posiciones, de exigir más quienes más deben y tienen.

En los intercambios entre oficialistas abunda la acusación cruzada de no ser peronistas. Cero novedad: es típico. También proliferan las citas de Juan Domingo Perón. Una entre tantas, viene a cuento: la visión culinaria del General, pongalé. Para hacer una tortilla hay que romper algunos huevos. Todavía hay tiempo. Y necesidad, más vale.

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Fuente: https://www.pagina12.com.ar/409281-escalan-la-inflacion-y-la-interna-del-frente-de-todos-hasta-

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