“No les importaba nada, tenían desprecio por todo”, dijo Marcelo Benavides desde su casa en La Plata y se refería a los represores de la última dictadura. Su testimonio inauguró el juicio de lesa humanidad por el asesinato de su hermano, Horacio “Chupete” Benavides, por el que deberán responder el genocida Jaime “Jimmy” Lamont Smart y dos policías de la Bonaerenses retirados que enfrentan cargos vinculados al terrorismo de Estado por primera vez. El debate, que amagó con arrancar la semana pasada, está a cargo del Tribunal Oral Federal número 2 de La Plata, presidido por Enrique Méndez Signori. Los tres acusados se negaron a declarar.
Durante casi tres horas, Benavides detalló su historia a ritmo pausado –algo que le permitió transitar la angustia de hablar sin que las lágrimas lo interrumpan–. Una historia donde el epicentro es la muerte de su hermano, pero que también lo revela como víctima del plan sistemático de secuestro, tortura y exterminio de la última dictadura.
“Estas personas que hoy están imputadas, y es mi deseo que se haga justicia plena absoluta con ellos, tienen la posibilidad que no le dieron a mi hermano ni a los 30 mil desaparecidos”, sostuvo. Se refirió a Smart –que está siendo juzgado en otros dos debates por su desempeño en la dictadura– y a los policías bonaerenses retirados Walter Ale y Juan Nazareno Risso, acusados por “homicidio, crimen de genocidio y delitos de lesa humanidad”. Había otros dos acusados –Velasco y Bordalonga– que fallecieron hace poco.
Un testimonio minucioso
“Mi hermano Horacio en el momento en que lo mataron tenía 22 años. Estudiaba en la Facultad de Derecho (de la UNLP), comenzó a militar en la JUP en el 72”. Para 1975, “Chupete”, como le decían en la militancia –que también fue en Montoneros–, integró una lista de candidatos a elecciones universitarias. Con el golpe de Estado de 1976 ya instalado, “algunos integrantes de esa lista habían comenzado a ser secuestrados. Esa situación enciende las alarmas en el seno familiar”, dijo Marcelo. La familia Benavides sufrió el asesinato de Horacio y las desapariciones de tres primos de él y de Marcelo con sus parejas.
Entonces, comienza la persecución. Horacio pide licencia en su trabajo –en la oficina de Transmisión gratuita de Bienes, dependiente del Ministerio de Economía–. Se había casado a principios de marzo con Estela Rossi, y se había ausentado del departamento familiar, un dato que la patota no sabía pues a allí lo fue a buscar la madrugada del 21 de septiembre.
De aquel episodio, Marcelo describió la “irrupción violenta” en su habitación de “por lo menos una persona armada con una escopeta Ithaca y a los gritos”. En la casa también estaba su padre, su esposa embarazada, y la hija de ambos, Natalia, de tres años. “Alguien dice que me lleven a mí. Escucho a mi padre gritar con desesperación pidiendo que no me lleven. Por supuesto que no les importó, porque no les importaba nada, porque tenían un desprecio por todo, por la vida misma”, completó. Así fue que lo llevaron vendado y maniatado a Pozo de Arana. En ese centro clandestino lo torturaron a golpes y le preguntaban por su hermano.
Él sabía el domicilio de Horacio. “Supe con los años que ni siquiera sus mejores amigos la sabían y que a mí me la había dado porque eso ante cualquier eventualidad podría salvarme. Y así fue», recordó. Después de sufrir tres horas de torturas, finalmente les dio la dirección de su hermano.
En el mismo instante lo cargaron de nuevo al auto y fueron hasta el lugar, donde además de “Chupete” y su esposa también estaban viviendo otras dos parejas de militantes: Domingo Alconada Moreira y María Tapia, Enrique Sierra y Lucia Tartaglia. Sobrevivieron solo Tapia y Rossi; el resto está desaparecido. El grupo logró escapar de la patota, incluso a pesar de la “balacera inimaginable” que describió Marcelo. A él lo devolvieron a Arana, donde permaneció otras cinco noches soportando los alaridos de torturas ajenas. Reconoció a Pablo Díaz y a Walter Docters, dos de las víctimas de la Noche de los Lápices, entre los cautivos y picaneados. Lo “soltaron” la séptima madrugada, el 27 de septiembre, en las cercanías del Normal 1, en La Plata. “Tenía miedo de que me mataran. Empecé a correr para casa», añadió. Con el tiempo supo que en aquellos días también fue secuestrada su ex pareja.
En su casa lo estaba esperando, despierto, su papá, la esposa de su papá y “un personaje siniestro”: José Luis La Gioiosa, quien según su relato cobró dinero de parte de su padre para que lo liberaran. “Era de los servicios de inteligencia, no tengo ninguna duda”, amplió Marcelo, quien luego detalló que La Gioiosa, un platense reconocido de clase media alta, que tenía una inmobiliaria y una agencia de autos en la ciudad, lo llevó al Destacamento de Infantería 7 del Ejército, “adonde entró como si nada, en plena dictadura”, dando a entender la clase de contactos que tenía el hombre. La Gioiosa falleció en junio de 2021.
Una balacera
Marcelo y su padre prepararon un bolso con ropa de Horacio. Sabían que había sobrevivido al operativo de su departamento, que quedó “destrozado”. El 30 de septiembre, el joven recién liberado, aunque todavía con el terror en su cuerpo (“Me paralizaba cada sirena que oía”) pasó en un colectivo por Plaza Moreno y supone que “unos momentos después” de que asesinaran a su hermano. «Había un movimiento descomunal. No habían cortado la calle pero algo seguramente había pasado». Mucho tiempo después se enteraría de que “Chupete” tenía que encontrarse con Fernando Ireba, otro amigo, quien debía entregarle el bolso con ropa, cosa que “nunca sucedió, se quedó esperando”, aclaró Marcelo. Ireba también prestó declaración testimonial durante la primera jornada.
La familia se enteró dos días después. El 2 de octubre su padre lo llamó por teléfono: «Mataron a Horacito», le contó. Tras una reunión del padre con el jefe del Primer Cuerpo del Ejército, Guillermo Suárez Mason, le entregaron el cuerpo el 9 de octubre. No lo pudieron velar.
Fuente: https://www.pagina12.com.ar/542103-el-relato-de-persecucion-y-muerte