Columna de Camila Gagliardo

En el marco de un día patrio en la república Argentina, en que se cumplen 213 años desde aquel primer 25 de mayo donde el país comenzó su camino a la independencia, y en un año en el que también conmemoramos el 40 aniversario de la democracia, podemos plantearnos reflexionar sobre un largo proceso que va desde la recuperación y celebración de la misma hasta la aparición de discursos cada vez más violentos que reivindican modos autoritarios que creíamos parte del pasado.Intentando hacer un análisis socio-cultural de este periodo, podemos diferenciar dos etapas muy marcadas, tomando como momento bisagra la crisis del 2001 que marcó un antes y un después en la reciente historia argentina.

En una primer etapa caracterizada por el recuerdo reciente de la dictadura cívico-militar, dónde la sociedad festejaba el retorno de la democracia y tenía esperanza por un futuro más justo y equitativo, pero también tenían muy fresco en la memoria el adoctrinamiento y la sumisión al que habían sido sometidos por parte del autoproclamado proceso de reorganización. Esto impidió el involucramiento real en la vida política, que se profundizó por la estabilidad económica aparente sostenida a costa de entregar los recursos del Estado y del aumento de gente que fue quedando por fuera del sistema sin poder resolver sus necesidades básicas.

Todos estos problemas fueron en escalada, alcanzando un punto de intolerancia tal que desembocó en el estallido del 2001. Empieza entonces un periodo de politización de la sociedad; ante la ya innegable crisis y el abandono del Estado, se ve la necesidad de organizarse para hacerle frente a las cuestiones más básicas de la vida y la economía familiar, generándose espacios como las asambleas vecinales, los clubes de trueque, los merenderos y diversos espacios de contención, dónde además las personas podían expresar sus opiniones y sentirse representadas.

Este momento de organización desde abajo, acompañado por un largo periodo de políticas de inclusión, elevaron el nivel de debate público y el intercambio de ideas a tal punto que a partir de la década del 2010 se podía llegar a ver en cualquier negocio de barrio o cualquier esquina debates sobre las medidas del gobierno y opiniones sobre la organización política, dando la posibilidad a la creación de numerosos espacios nuevos de representación. Esto se refleja en las elecciones de 2015, con una cantidad de opciones electorales nunca vistas hasta el momento. Tras esas elecciones la mirada en la sociedad comienza un camino de desencanto político debido al endurecimiento del discurso oficialista del momento y sumado a las complicaciones crecientes de una sociedad toda que se empieza a ver cada vez más afectada por el aumento en el costo de vida y el estancamiento productivo.

Es inevitable resaltar también el papel del actual gobierno en este ascenso en el desencanto de la sociedad a la participación política, y que genera un escenario que da lugar a los discursos de odio y a una reivindicación de la dictadura que se alejan cada vez más de los modos democráticos que tanto le ha costado conseguir al pueblo argentino.

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