Es imposible no insistir con la cuestión de la Soberanía. Y menos ahora, ante la decisión presidencial en la dirección correcta: el Canal Magdalena.

Si la semana pasada cupo saludar ese cambio –el Presidente pasó de un largo silencio a la declaración conjunta con el gobernador Kicillof para canalizar de una vez el Magdalena– ahora se conocen otras decisiones positivas. Lo que no es poco dentro del sombrío panorama nacional en el que la violencia vuelve a ocupar espacios tras el atentado contra la Vicepresidenta, y el aire se enrarece con el cacareo de periodistas y políticos que protegen, mienten, distorsionan y azuzan a obtusos ignorantes­, con tal de obtener lo que suponen réditos electorales en 2023.

Todo ello, en un contexto de confusiones políticas y sindicales que nada bien le hacen a la Democracia ni a la Paz, ni al campo nacional y popular. Aseveración que alude a la contraproducente ­moda de visitas que promueve el embajador norteamericano y aceptan dirigentes argentinos.

Y es que aun si esos convites no tuvieran nada de malo –promover encuentros es función natural de toda embajada en cualquier país– lo cuestionable son las visitas de sindicalistas combativos, la conducción de la CGT y otros sonrientes de ocasión, que podrían estar prefigurando posibles cipayajes inconscientes, no por ingenuos menos reprochables.

Lo que se cuestiona es el hecho de ir, de que vayan y sonrían para las fotos con el Sr. Embajador, y después –algunos– procuren justificarse. Lo que se vio esta semana fue por lo menos inconveniente, porque, modales aparte, la seguidilla de visitas a La Embajada fue sutilmente escandalosa por la sencilla razón de que puede no tener nada de reprochable saludar a un embajador tan activo como Mr. Stanley, que cumple su rol con encanto y sabiduría, pero –muchaaaachos, diría uno– es penoso ver a dirigentes respetados como Hugo y Robi, por poner sólo dos ejemplos, sonriendo obviamente incómodos junto al anfitrión. Y aclarado sea, además, que este columnista no duda de ellos pero sí considera que fue, por decirlo suave, una inocentada, ya que a un embajador como Mr. Stanley no se va a visitarlo; en todo caso y si él lo pide, se lo recibe educadamente en los sindicatos y/o de máxima en la CGT. Pero no cuando él llama ni en escenarios que devalúan a los visitantes, que inexorablemente salen en las fotos con sonrisas forzadas.

Claro que este tipo de confusiones son corrientes, y casi naturales, en nuestro país. Y confusión –permítase la hipótesis– no ajena a runrunes y turbiedades que se generalizaron a consecuencia del grave atentado del 1º de Septiembre, al que ya han logrado desdibujar los infatigables charlatanes de la telebasura subsidiada por el gobierno nacional ­­–todo hay que decirlo, aunque duela–, quienes le hacen la cabeza a millones de telecautivos ingenuos. Y –mera hipótesis– con la hipotética tolerancia de una jueza y un fiscal duchos en operar al modo que medio país llama «Comodoro Pro» y que todavía designa a una «Justicia» poco confiable.

En esos contextos, la Soberanía sobre nuestro Río Paraná pareció reverdecer la otra semana, cual esperanza bien regada, con algunas novedades que parecen obedecer a saludables decisiones del más alto nivel y que conviene subrayar.

Esta nota se ilustra con una conocida aplicación de navegación, en la que se observa cómo afectó al Río de la Plata el mantenimiento de un canal antinatural, el llamado «Mitre». Hoy hasta los navegantes deportivos están haciendo llegar sus reclamos, porque se ha afectado la navegabilidad de una gran superficie del Plata en la zona norte, costera de la ciudad de Buenos Aires. Donde además el estrago ambiental ya modifica el régimen de los humedales del Delta. Lo que es otra herencia maldita de la llamada «hidrovía» y que este fin de semana mostró una multitudinaria y ejemplar manifestación de repudio en Rosario.

Cierto que la estrategia del gobierno frente al verdadero poder, ha sido una sola: evitar conflictos. Pero el mal resultado está a la vista: cada vez mayores presiones y exigencias, tanto de dentro como de fuera. Ahí están Vicentín, la Bolsa de Comercio rosarina, el desastre ambiental generalizado, la privatización fáctica del río Paraná y otras claudicaciones. De donde lo que se viene no puede ser sino más pérdida de la poca soberanía que nos quedaba. Porque es sabido: a quienes se arrodillan ante los poderosos, no les acarician la cabeza; se la patean.

Por eso las luchas por la soberanía fueron siempre, en la Argentina, significativas. Los poderes concentrados, los especuladores y quienes extorsionan al Estado rebajan y deprecian constantemente nuestra moneda –el Peso argentino– que también es un símbolo de soberanía, como la moneda de cualquier país libre. Por eso la sobrevaloración del dólar es, a la vez, un aplastamiento de nuestra soberanía. La Argentina no sólo perdió el Paraná y la salida al mar, como pierde día a día el litio, el petróleo, el oro y tantos bienes naturales maravillosos. Así también legiones de traidores a la Patria, los incontables cipayos, nos vienen despojando de toda soberanía monetaria. Ellos ganan siempre, y cuanto más ganan, las mayorías más pierden, vía inflación.

Por eso se le miente al pueblo cuando se dice que tal o cual medida «no va a afectar a los argentinos porque no consumimos soja». En esto el gobierno no reacciona en favor de las masas populares. Ocupado en favorecer a los poderosos exportadores y en aceptar las reglas infames del FMI, soslaya el drama social de las grandes mayorías.

Siempre la recuperación popular de la calle es un buen paso hacia la Paz, pero para ello la autoridad gubernamental debe ser ordenadora. Y eso no es lo que la ciudadanía vio las últimas tres semanas. Tras el atentado contra CFK felizmente frustrado, lo que se advierte en el panorama nacional es un creciente estupor. El silencio oficial y la demora en tomar medidas concretas sólo indican que verdaderamente el gobierno «cree en la justicia» y ni esboza idea de cambio alguna, lo que deviene parte del problema. Porque mientras tanto los promotores del caos y la violencia se autoestimulan cobardemente, para generar ese odio que parece patología de las burguesías urbanas, del autollamado «campo» que no es más que amontonamiento de tractores y peones semianalfabetos manipulados, y con financiamientos de grupos concentrados.

Nadie en el Ministerio de Transporte, ni en el gobierno, puede mencionar una sola ventaja económica para los intereses nacionales que justifique el hecho de que la Argentina sostenga y pague un canal más largo, más peligroso, más caro y que además condiciona la soberanía, teniendo a la mano uno más corto, más seguro, más barato y encima soberano. Los autores y sostenedores del infame Decreto 949/2020 que se espera que Alberto Fernández derogue de una vez, es hora de que sientan que el Paraná, el Plata y el Magdalena son una unidad soberana.

Como en «La cigarra», la hermosa canción de María Elena Walsh, todo lo que refiere al Paraná será recuperado. Con daños ambientales, sí. Y con un río tan hermoso como lastimado, sí. Pero vivo y nuestro. Soberano. «Tantas veces me mataron/Tantas veces me morí/Sin embargo estoy aquí resucitando».

Fuente: https://www.pagina12.com.ar/483027-como-la-cigarra-en-el-pais-de-nomeacuerdo