“Nací torturada y desaparecida”, así comenzó el testimonio de Teresa Laborde, la hija menor de la entonces detenida-desaparecida Adriana Calvo y cuyo parto se produjo mientras la trasladaban a la maternidad clandestina que funcionaba en el Pozo de Banfield. A la declaración de Teresa se sumó la de sus hermanos mayores Martina y Santiago en el marco del juicio por los crímenes de lesa humanidad que tuvieron lugar además en el Pozo de Quilmes y El Infierno, tres centros clandestinos que funcionarom en el sur del conurbanod durante el terrorismo de Estado. Los tres hermanos al comenzar sus testimonios recibieron la misma pregunta: “¿Vos o algún miembro de tu familia fueron víctimas de la última dictadura?”. Los tres respondieron que sí y aunque los relatos que ofrecieron aportaron sus diferentes perspectivas de los secuestros y las torturas que marcaron a su familia y a su vida entera, no fue solo eso en lo que coincidieron: los tres reclamaron Justicia. “El efecto del terrorismo de Estado no terminó, Jorge Julio López sigue desaparecido”, recalcó Teresa.
Martina Laborde tenía 4 años cuando una patota irrumpió el 4 de febrero de 1977 en la casa “de parque grande y árboles” de La Plata en la que vivía la familia y se llevó a su mamá, Adriana Calvo, la histórica referente de la Asociación de ExDetenidos Desaparecidos y de la lucha por la Memoria, la Verdad y la Justicia. Ella no estaba en la casa. Aquella había sido la primera vez que se animaba a quedarse a dormir en lo de su su abuela. Santiago Laborde tenía dos años y sí estaba. La patota casi se lo lleva, pero lo salvó una vecina que lo arrebató de los brazos de un represor. Teresa Laborde no había nacido: Adriana, embarazada de seis meses cuando la secuestraron, la parió en el trayecto de un centro clandestino a otro, en el asiento de atrás de un Ford Falcon, vendada los ojos, maniatada. Al padre de los tres, Miguel Laborde, lo secuestraron al día siguiente, horas después de que hiciera la denuncia por el secuestro de su esposa.
Los tres testimoniaron el martes, en la jornada número 60 del juicio que se lleva a cabo desde hace un año y medio sobre los crímenes de las Brigadas de Investigaciones de la bonaerense de Banfield, Quilmes y Lanús. Oídos juntos, sus testimonios reflejan sin fisuras el tamaño del daño que los represores cometieron: Adriana y Miguel Angel sobrevivieron, pero el impacto del terrorismo de Estado marcó la vida entera de ellos y sus hijes. “Sigue hoy, porque no hay justicia”, remarcó Teresa en diálogo con Página|12.
“Que el miedo no te paralice”
Martina fue la primera en declarar en la audiencia del martes, transmitida por los medios comunitarios La retaguardia y Pulso noticias. Fue su debut ante un tribunal. “Tenía miedo de hablar mal, desordenado. Tenía el modelo de mi vieja que la tenía re clara”, contó a este diario en referencia a Adriana. Su testimonio en el juicio por el Circuito Camps, la década pasada, fue transmitido al comienzo de éste –falleció en 2012–. Al final, aceptó dar testimonio y aunque su caso no está incluído entre los casos en juicio, “siempre” tuvo en claro que si hablaba, lo haría “desde el lugar de víctima de la dictadura con cuatro años, algo que arrastré toda la vida”.
Habló una hora y media desde su casa, en un relato que mechó datos sobre el derrotero de sus padres durante los casi tres meses de secuestro que atravesaron, en centros clandestinos de Circuito Camps, la llegada al Pozo de Banfield de Adriana y la recién nacida Teresa, pero sobre todo se centró en lo que vivió ella como niña: cómo extrañó aquella casa de La Plata, a la que no regresaron nunca más, sus días al cuidado de unos tíos, su reencuentro con sus padres y su nueva hermana.
El relato de Martina pegó un salto hasta 1985, Juicio a las Juntas. Para ella, el juicio a las juntas fue un antes y un después porque “hasta ahí fui una nena normal y después pasé a ser la hija de una ex detenida desaparecida”. Recuerda una “sensación de bicho raro” al no conocer a nadie con una situación similar y cierta impotencia debido a que “a casi todo el país le parecía muy normal matar gente por que ‘algo habrán hecho’”. Entonces, empezó a tener “mucho miedo” de que les vuelvan a secuestrar, que se dormía ideando un plan de escape. Mencionó “las amenazas de bomba, los llamados por teléfono, las amenazas a los organismos de derechos humanos, llegaban cajas con huesos a la casa de familiares”, la “tensión que se vivía” en las rondas de las Madres de Plaza de Mayo a las que acompañaba a su mamá. Ella le reprochó por semejante exposición. Y su mamá le respondió que era mejor que hacerse invisible: “Nos enseñó que todos tenemos miedo pero que lo importante es que el miedo no te paralice. Y eso hizo mi vieja, no la paró nada”.
Su mamá y su papá fueron liberados “del infierno del cautiverio empezaron a vivir el infierno del afuera”, apuntó. “No quisieron volver a sus trabajos porque tenían miedo”, sostuvo. Se reencontraron con sus hijes, pero no volvieron a La Plata. “Ya no tuvimos nunca más una casa con patio y árboles, empezamos a vivir en una casa en Temperley con un patio chiquito”, recordó. Ese patio daba a la casa de un policía. Martina imagina hoy “la indiferencia que deben haber vivido de la sociedad, que parecía los monos que se tapan los oídos, la nariz y la boca” y reconoce el coraje que tuvieron al comunicarse con les familiares de las personas con las que habían compartido cautiverio para anoticiarlos de lo que estaba ocurriendo. Fue lo primero que hicieron Adriana y Miguel. “Como familia, nosotros perdimos todos, pero mis viejos no perdieron la dignidad. Haber salido de los infiernos y haber tenido huevos y ovarios para ir a contactar en plena dictadura a los familiares es un montón”, reconoció.
Por último, Martina reivindicó la lucha de sus padres y de sus compañeras y compañeros porque “sirvió para que la sociedad abra un poco los ojos y pudo cambiar la historia”. “Mi mamá dejó su vida reclamando justicia junto a sus compañeros”. “Reivindico la lucha de los sobrevivientes, los familiares, los H.I.J.O.S., las Abuelas, las Madres, su lucha se convirtió en estos pañuelitos de colores que están acá atrás y va a seguir aunque ellos no estén”, concluyó.
“Nací torturada”
Cuando llegó el turno de Teresa Laborde, afirmó sin rodeos que “nací torturada y desaparecida”. Y es que en pleno cautiverio clandestino en La Plata, Adriana Calvo comenzó con trabajo de parto. En lugar de llevarla a un hospital, los represores la llevaron a la maternidad clandestina que funcionaba en el Pozo de Banfield. Sin embargo, Teresa, su tercera hija, nació en el trayecto, “en el asiento de atrás de un Falcon. No tuvieron la deferencia de desatarle las manos a mi mamá, que me contó que (cuando nací) quedé colgando, que se puso un poco de lado para que por lo menos yo pudiera apoyarme en el piso”, declaró.
No dio detalles de esa historia “que ya la conocen por mi madre”, dijo. Pero mencionó a Jorge Bergés, el “partero” del Pozo de Banfield, acusado en el debate, quien a Adriana “le sacó la placenta a golpes”. “Me parece inadmisible que ese señor esté ahí sentado en su casa, inadmisible”, aclaró.
Luego mencionó aquel episodio de sororidad y empatía con el que un grupo de mujeres –Manuela Santucho, Cristina Navajas, Alicia D´Ambra, María Eloisa Castellini, Patricia Uchansky, Silvia Mabel, Isabella Valenzi y María Adela Garín– que estaban en cautiverio en ese centro clandestino protegieron a la madre y su hijita recién llegadas: “Armaron una muralla humana”, recordó. En diálogo con este diario, días después, y como lo hizo el martes pasado, volvió a asegurar que su testimonio –el segundo frente a un tribunal– fue una “manera de agradecerles a esas mujeres hoy desaparecidas que me salvaron la vida y la identidad, de hacerlo a sus familiares”, contó. “Hay varios de los hijos de esas mujeres que los seguimos buscando, que no sabemos dónde están”, remarcó.
Una encuesta para sondear negacionistas
Como Teresa, Santiago también declaró hace poco más de una década, en el juicio por los crímenes de Circuito Camps. Fue el tercero de les hermanes en testimoniar el martes, habló mucho sobre cómo el terrorismo de Estado que vivió en carne propia afectó su infancia y su vida. Tenía unos nueve años cuando supo, de parte de su mamá y de su papá, todo lo que les había ocurrido durante sus secuestros. Al igual que sus hermanas, recordó esa charla que Adriana y Miguel les dieron un domingo a la mañana, sentados les tres en la cama grande, previo al juicio a las Juntas. “Escuchar todo aquello era bastante complicado para un nene de nueve años”, contó. Lo primero que hizo al día siguiente fue encuestar a sus compañeros de curso, de una escuela pública de Temperley, “para ver qué opinaban de los militares y de lo que habían hecho”. Casi ninguno sabía nada, salvo uno, que le respondió “son unos asesinos y unos hijos de puta”. Recordó aquella respuesta como “un bálsamo” ya que “no era sencillo de encontrar gente que empatizara o que hubiera pasado por lo mismo”, aseguró.
Aquel nene sigue siendo su amigo al día de hoy y sus temores, similares. El martes, por cierto, a Santiago le dio temor que los represores le “conozcan la cara, sepan que tenés hijos, no es agradable”, pero lo hizo por su mamá y “su militancia comprometida”. Por primera vez dijo “No olvidamos, no perdonamos, no nos reconciliamos”. “Sé que mi mamá hubiese estado contenta”, concluyó.
Fuente: https://www.pagina12.com.ar/412368-como-familia-hemos-perdido-mucho-pero-mis-viejos-no-perdiero