Salvo la ciudadanía todavía atenta a la importancia de las efemérides, la mayor parte de la población de este país parece condenada a ignorar u olvidar los grandes acontecimientos. Dos de los cuales se celebran (o deberían) esta misma semana: el 3 y el 4 de Junio.

El primero, inevitablemente doloroso, es la negación o pobreza del Centenario de Yacimientos Petrolíferos Fiscales (YPF), que es presumible que tendrá poco eco en los mentimedios y ninguno en la telebasura.

Para cualquier país con alta autoestima los 100 años de YPF serían objeto de orgullosa recordación. Pero esto, aquí, parece improbable. Nuestro Estado, hoy, se ocupa más de renovar concesiones que de fortalecer soberanías.

Lo cierto es que el próximo viernes 3, la que durante muchos años fue nuestra orgullosa petrolera estatal debería rendir honores a muchos patriotas del Siglo 20. En primer lugar, Enrique Mosconi (1877-1940), militar e ingeniero civil y a la vez ideólogo, fundador y primer presidente de la empresa, y que fue quien convenció al Presidente Hipólito Yrigoyen (1852-1933) para crear YPF por decreto y se ocupó de convertirla en una de las más importantes compañías petroleras del mundo.

Sin ninguna duda, hoy Mosconi repudiaría la caída de aquel emporio nacional que llenó de orgullo a varias generaciones de argentinos y argentinas. Él sostenía: “No queda otro camino que el monopolio del Estado pero en forma integral, es decir en todas las actividades de esta industria: la producción, la elaboración, el transporte y el comercio». Y subrayaba: «Sin monopolio del petróleo es difícil, y diré más, es imposible para un organismo del Estado vencer en la lucha comercial a las organizaciones del capital privado”.

El Presidente Hipólito Yrigoyen, tan cuestionado por otras decisiones, tuvo sin embargo una maciza visión de soberanía y desde ella creó YPF «por sus pistolas», como se diría en México, país que por entonces emergía también como potencia petrolera luego de la primera gran revolución social del Siglo 20 y cuyo presidente Lázaro Cárdenas (1895-1970) creó la empresa Pemex (Petróleos Mexicanos) al expropiar todas las petroleras extranjeras el 18 de marzo de 1938.

Yrigoyen lo había hecho mucho antes, durante su segundo mandato de gobierno y luego de que el Congreso Nacional de entonces, conservador y reaccionario, se pasará tres años saboteando el proyecto de ley fundacional de YPF. La decisión del «Peludo» llevó a la empresa a ser la segunda petrolera estatal del mundo, a la vez que la Refinería de La Plata era la 5ª más desarrollada y pujante del planeta.

Así fue como este país se desarrolló y alcanzó sus mejores hitos de crecimiento con justicia social, enfrentando a la mayoría oligárquica entonces dueña del Senado, que ni siquiera trataba el asunto escudándose en los mismos tejemanejes que desde 1955 fueron regla de cada dictadura militar y del perverso menemismo que todavía hoy sigue haciendo escuela.

Las principales petroleras de entonces (Standard Oil, British Petroleum, Royal Dutch) conspiraron y corrompieron siempre –como ahora es obvio– haciéndoles la cabeza a varias generaciones de militares argentinos que extraviaron su rumbo y misión a partir del golpe del 6 de septiembre de 1930, comandado por el oligárquico general José Félix Uriburu (1868-1932), primer dictador de la tragedia argentina que se repetiría luego tantas veces.

Hubo que esperar hasta la ejemplar Constitución Nacional de 1949 para recuperar el rumbo. Su artículo 40 consagró que “los minerales, las caídas de agua, los yacimientos de petróleo, de carbón y de gas, y las demás fuentes naturales de energía, con excepción de los vegetales, son propiedades imprescriptibles e inalienables de la Nación». Todo eso que hoy ya no, y así nos va.

Después del 49 vino el 55, e YPF sufrió el atropello de los intereses foráneos y sus cómplices locales, cuando militares conducidos por oficiales asesinos lanzaron el brutal golpe iniciado el horroroso 16 de junio con el bombardeo aéreo de la ciudad de Buenos Aires desde decenas de aviones que como pájaros malignos dejaron centenares de cadáveres de civiles en calles y plazas. Consecuencia de esa locura fue, también, que YPF empezó a ser entregada a intereses extranjeros con socios locales. El cuento de las “desregulaciones” de Menem sepultó después toda soberanía. Y en 1999 la española Repsol se quedó con la YPF privatizada.

Sin dudas, cree esta columna, fue por tanta riqueza de la Argentina que las grandes potencias decidieron someter a este pueblo alguna vez orgulloso de su soberanía. Lo demás es historia reciente: en 2012 el gobierno kirchnerista expropió el 51% de las acciones en poder de Repsol y creó una nueva Sociedad Anónima mixta. Pero en 2015 Macri y su ministro Aranguren, hombre de Shell, empezaron el achique y se lanzaron sobre Vaca Muerta. Y ahora YPF cumplirá 100 años con el 49% de su paquete accionario en manos privadas. Y encima soportando el falso federalismo de la Constitución del ’94, que provincializó los subsuelos de la Argentina y así hoy varias provincias petroleras son cogobernadas por grandes petroleras foráneas.

También por esto es imperativo sostener la Soberanía en el Paraná, el Canal Magdalena y toda nuestra extensa costa atlántica. Como dijo Mosconi

hace 100 años: “…llegué a la conclusión de que tales organizaciones, la fiscal y la privada, no pueden coexistir, pues representan dos intereses antagónicos, destinados a vivir en lucha, de la cual sólo por excepción saldrá triunfante la organización estatal”. La YPF de este Centenario apenas está de pie y esperando que el poder político acabe con el menemismo residual revivido por el macrismo e inexplicablemente actualizado por el Frente de Todos.

En cuanto al otro enorme pero negado acontecimiento, esta columna lo recuperó el año pasado: la gran Batalla de Punta Quebracho, librada desde las costas santafesina y entrerriana sobre el río Paraná el 4 de Junio de 1846.

Esa heroica jornada, fuerzas patriotas verdaderamente derrotaron a la armada anglo-francesa, que siete meses antes (el 20 de noviembre de 1845) había sido heroicamente resistida en la Vuelta de Obligado, pero no detenida.

Esta confusión histórica todavía contribuye, como tantas otras, a que las nuevas generaciones se confundan e ignoren el pasado glorioso de esta nación. Porque sin desmedro de esa resistencia, fue en Punta Quebracho donde se libró la batalla triunfal de reafirmación de la Soberanía Nacional sobre nuestro río. Y el héroe fue el mismo general Lucio Norberto Mansilla (1792-1871), usualmente confundido con su hijo más famoso, Lucio Victorio (1831-1913) también militar y autor de la difundida «Una excursión a los Indios Ranqueles».

Pero ésa no es la confusión más grave. Ahora mismo la entrega de soberanía obliga a soportar ofensas peores, como el reciente desplazamiento de la cruz que recuerda la heroica batalla de Punta Quebracho, trasladada por decisión unilateral de la multinacional estadounidense Cargill a un descampado un kilómetro aguas abajo porque conviene a sus operaciones de carga a grandes buques graneleros. Ofensa grotesca, si las hay.

Fuente: https://www.pagina12.com.ar/425217-centenario-de-ypf-punta-quebracho-y-soberania