Esta columna tiene la impresión, acaso errada, pero no demasiado, de que más allá de manifestaciones masivas como las del 17 y 18 de este mes, hay una gran cantidad de compatriotas, una parte importante del pueblo argentino que hoy está muy desencantado y sumido en una gran confusión, que quizá algunas dirigencias políticas no ven con claridad.
Esta impresión –-es sólo eso-– se basa en el hecho de que gran parte del pueblo tradicional e históricamente peronista, progre y que se estimaba a sí mismo como una clase media en ascenso, hoy está viviendo una durísima emergencia. Con iniciales accesos, hace años, primero a la bici y luego de la bici a la moto, y de la moto a un primer coche, ese pueblo sabía que podía tener una casita y arreglarla y crecerla de a poco, como también conocía su derecho a vacaciones una vez al año y que algún día tendría una jubilación. Y era consciente además del libre acceso de sus hijos a la universidad pública gratuita, como confiaba también en la salud pública.
Esa gran masa del pueblo, como reza la Marcha Peronista, hoy está completamente desencantada. Y está desencantada bajo un gobierno peronista, o de coalición peronista, porque está viviendo una situación económica desesperante. No sólo no puede cumplir ninguno de aquellos sueños, sino que encima se le cae todo lo que tuvo, tiene problemas muy serios de alimentación, educación y salud y no está del todo contento con el manejo gubernamental de la pandemia. Y lo peor es que no le importa demasiado si se le dice que la culpa es del gobierno anterior, de Macri, sus bandoleros y la madre que los parió.
Es pensable, con alguna certeza, que lo que más le importa hoy a nuestro pueblo son su propia desesperación, el miedo que siente ante el desmoronamiento y la urgencia de zafar. O sea que es el desencanto lo que lo enfurece. Porque esas grandes clases medias que llegaron a ser mayoría de este país, y que eran conscientes de ser una clase en ascenso social, resulta que ahora, hoy, están por sobre todas las cosas muy enojadas. Gran parte de ese pueblo, tradicionalmente de filiación y esperanzamiento peronista, hoy está muy disgustado. Y decepcionado de todo, de todos y todas. Y como quizás no sabe a quién culpar exactamente, entonces culpa a quien «está arriba» y es así como esa gran masa, encima azuzada por la telebasura, la mentira y los más perversos sujetos que parió esta tierra, hoy está completamente desencantada y entonces parece inclinada a votar a la derecha. Se ha gorilizado. Objetivamente.
En el país profundo esto se ha visto y se ve claramente, y de ello debió y debería tomar nota el gobierno nacional. Que quién sabe si estará a tiempo, pero al menos debiera ser consciente de que la actitud política de mirar siempre solamente alrededor es cada vez más peligrosa. Y letal en tiempos de hiperconcentración de la mentira comunicacional. ¿O hace falta recordar una vez más que en la Capital Federal hoy llamada CABA habita solamente el 6.5% de la población de la República Argentina? Y póngasele que con el conurbano se llegue al 10%; entonces el 90% de los/as argentinos/as están fuera de ese conglomerado urbano, viviendo en eso que se llama inconsciente pero ofensivamente «el interior», aceptando y continuando así y también sin darse cuenta la organización política desigual e injusta que inventaron retrógrados presidentes como Mitre y Roca, por lo menos.
Ese país profundo, extendido y tan orgulloso como complejo, hace poquito votó y puede volver a votar en contra del actual gobierno peronista, porque la desilusión es muy grande. Ese pueblo, esas clases humildes, esos trabajadores y trabajadoras que hacen los trabajos más duros, más arduos y peor remunerados del país, y que en cierto sentido son nuestros mejores y más esforzados compatriotas, votó en 2019 con una enorme y sólida esperanza. Pero tan cierto como eso es que ahora está teniendo hambre. Y no le echan la culpa a la pandemia sino que están enojados porque el gobierno peronista les prometió que todo iba a cambiar después de Macri, pero no cambió nada.
Y entonces están, como estamos todos y todas, mucho peor. Y por eso muchos votaron y pueden volver a votar en contra del gobierno, porque están gorilizados sin saberlo. Por eso el miedo, y el peligro, si ahora en noviembre vuelven a votar en contra, o en blanco o se abstienen, que es lo mismo. Y todo porque están enojados, desilusionados. Lo que podría llevar a muchos a no darse cuenta de que eso sería como dispararse un balazo en los propios pies.
Por eso esta columna desde hace meses reclama –-casi en soledad-– la urgente e imprescindible reactivación de la Televisión Digital Abierta (TDA) que es la tele que ven los pobres, los que no pueden pagar el infame servicio de las corporaciones mentimediáticas.
Esa es la tele que se mira en el país profundo de los que hoy casi no comen y tienen a sus chicos en patas, y en las escuelas no se alcanza a contenerlos por más esfuerzos que hagan los docentes, que encima están hartos por mal pagados y muchos también gorilizados.
Es urgente, por lo tanto, terminar con el sistema comunicacional de cuarta que tiene nuestro gobierno. Mejor Gabriela Cerruti que el tal Biondi, desde ya, pero la gran urgencia es devolverle la tele gratuita y de calidad al pueblo, eximirlo y protegerlo de las porquerías de la telebasura. Y eso implica recuperar ya mismo la mejor grilla de la TDA y sacar de ahí la invasión de canales basura de las corpos mediáticas. Reclamar esto no es exótico; es urgencia. Y bien haría el Gobierno, nuestro gobierno, en no seguir con esta «distracción» ya inexplicable.
La gran pregunta de hoy es cómo convencer al pueblo argentino de que no se suicide políticamente. Lo que es tan complejo como explicarle el litio a un jujeño harto de hambre. O como pedirles conciencia ambiental a un riojano, un salteño o un chaqueño con hambre y encima sometidos a la teleporquería que les revienta la cabeza. Seguir sin TDA reformulada es ya increible. Porque sólo con la TVPública no alcanza, y menos cuando se frivoliza y hace programas pavotes al estilo de la telebasura. Ni alcanza con solamente Radio Nacional, que es el mejor sistema de comunicación que aún subsiste, con presencia en las 23 provincias y 49 emisoras bien distribuidas y con informaciones locales, pero aún así con rémoras macristas y gorilas en algunas provincias. Y tampoco alcanza sola la Agencia Telam, que obviamente ha mejorado pero donde también hay macristas enquistados y con poder.
En realidad no habría que hacer nada exótico ni desconocido para salvar a nuestro país. Alcanzaría con la TDA y auditar la deuda y mientras tanto negociar plazos con el FMI pero sin pagar un mango. Con reafirmar de una vez y por DNU la soberanía nacional sobre el río Paraná y todos los recursos y subsuelos. Con declarar en comisión a todo el Poder Judicial y replantear el servicio de justicia como eso -un servicio y no bandas– y con nueva Corte Suprema de emergencia nacional, ya todo podría empezar a mejorar. Y entonces este pueblo se lanzaría a hablar, y en serio, de la ya urgente Reforma Constitucional.
Así se ayudaría al pueblo argentino para que no se pegue un tiro en los pies. Porque si algo está clarísimo es que después no se puede caminar.
Fuente: https://www.pagina12.com.ar/376976-balas-en-los-pies-y-la-tda