40 años después, Guillermina Hoppe se cansó del silencio y habló. “Llamé por teléfono al canal 12 de Misiones y conté la historia que nos dolía tanto”, dijo en relación a aquella madrugada de febrero de 1978 cuando una patota de represores de civil irrumpieron en la hostería que su papá, ella y sus hermanos mantenían, ubicada dentro del predio donde rugen las Cataratas del Iguazú, y lo secuestraron a él y a una decena de huéspedes. Después de aquella revelación, a Guillermina la convocaron desde la Subsecretaría de Derechos Humanos de Misiones para denunciar el hecho como crimen de lesa humanidad. “Luego conocí a Mariana y, por suerte, todo valió la pena”, continuó. Mariana es la hija de Manuel Javier Corral, el único del grupo llevado en aquel secuestro que no regresó. Todo valió la pena, dice Guillermina, porque “acá estamos, con una placa en honor a mi padre y un reconocimiento de todo lo sufrido”. Horas después, las dos vieron en vivo cómo un acto puede empezar a reparar el dolor cuando funcionaries nacionales y provinciales descubrieron en la entrada principal del Parque Nacional Iguazú el cartel que indica que allí se cometieron crímenes de lesa humanidad y que convierte al lugar en un sitio de memoria.

El acto de señalización fue el corolario de un camino que comenzó con el pedido formal que Mariana Corral realizó a fines de 2021, a las autoridades de la Administración de Parques Nacionales y a la Secretaría de Derechos Humanos de la Nación. Desde entonces, en cumplimiento con la ley N° 26.691, la Dirección Nacional de Sitios y Espacios de Memoria, a cargo de Lorena Battistiol Colayago, empezó a recolectar datos y a consensuar con las autoridades de Parques Nacionales, del predio de Iguazú y les familiares de las víctimas voluntades para señalizar el lugar como sitio de memoria.

“Es un acto de reparación a las víctimas, en este caso a las hijas e hijos. Pero también es una manera de seguir visibilizando los crímenes que se cometieron en todos los rincones del país y la lucha de los organismos de derechos humanos”, sostuvo Battistiol Colayago sobre el cartel que fue inaugurado junto a les hijes de las víctimas y otras autoridades nacionales y provinciales. El cartel estará ubicado en el parque nacional “más visitado del país, por turistas nacionales y extranjeros”, destacó Corral, que insistió para que el texto que exhibe reconozca no solo el secuestro y la desaparición de su papá, sino la responsabilidad de las autoridades del parque en los crímenes cometidos durante la última dictadura así como el despojo de los bienes que sufrió la familia Hoppe.

Hostería y camping Hoppe

Juan Hoppe vino a la Argentina desde su Polonia natal a mediados de los años 40. A mediados de los 70 se hizo cargo de la Hostería y el Camping que funcionaba dentro del Parque Nacional que rodea y contiene a las Cataratas del Iguazú, ubcada a 500 metros del acceso viejo al parque. Juan era ingeniero y había trabajado en las bases de las primeras pasarelas que permiten la visualización de esa Maravilla del Mundo. También era, entonces, el encargado de podar los árboles para mantenerlos bajos pues en la zona funcionaba un aeropuerto. Por toda esa labor tenía un derecho de posesión del lugar. Sin embargo, desde 1976, comenzó a ser hostigado, principalmente por Gendarmería. Lo querían fuera de allí a él y a su familia, compuesta por diez hijos. El más grande, de 16 años; el más chico, un bebé de seis meses.

La madrugada del 21 de febrero de 1978 una patota de personas de civil “fuertemente armadas” irrumpió en el lugar “rompiendo deliberadamente todos los vidrios y pateando las puertas”, cuenta Guillermina Hoppe, cuyo testimonio fue recogido en el tercer volumen de “Misiones. Historias con nombres propios”, compilado por Amelia Báez, subsecretaria de Derechos Humanos de la provincia. Guillermina tenía entonces 14 años cuando fue despertada a punta de pistola aquella madrugada. El operativo incluyó golpes y el secuestro de Juan y de todos los turistas del lugar: dos daneses, dos estadounidenses, un alemán, dos porteños y un santefesino: Manuel Javier Corral. La patota se movilizaba en dos Ford Falcon, uno gris y otro verde, y un micro Mercedes Benz de la empresa de turismo Tucán, recuerda Guillermina. En él fueron trasladadas las personas secuestradas. Les hijes de Hoppe reconocieron a efectivos de la Policía provincial entre los participantes del operativo genocida.

Cautiverio y torturas en Posadas

Mariana Corral comenzó a conocer a fondo la historia de su padre cuando tuvo en sus manos la carta que él le había dedicado antes de partir hacia el exilio, en Brasil, perseguido por los genocidas de la última dictadura. Manolo había estado preso a principios de los 70 por su compromiso político y se había casado con su mamá poco tiempo después de recuperar la libertad, pero también había continuado militando, lo cual desgastó el vínculo. Luego vendrían la clandestinidad, la persecución cada vez más cruenta, la intención de preservación.

La carta en la que Corral le dice a su hija que “las circunstancias aconsejan una retirada que preserve el material humano” para “estar en condiciones de continuar la lucha cuando la situación lo aconseje” está fechada el 23 de marzo de 1977.

Mariana supo que su padre llegó a Brasil y que meses después regresó a Argentina, cuando se hospedó en la Hostería de Juan Hoppe y quedó colaborando con las tareas del lugar. Allí conoció a Ana María Cavalieri, que andaba mochileando, y comenzaron una relación. Ella fue secuestrada la noche del 21 de febrero del 78 y su testimonio, al igual que el de Guillermina –Juan falleció hace algunos años– permitieron reconstruir algo de los últimos días de Corral.

Elles y el resto de los huéspedes secuestrados fueron tabicados y trasladados a lo que Ana María cree que fueron los Tribunales Federales de Posadas. Desde allí, todos los días, los llevaban en auto a otro lugar, a 20 minutos de distancia, en donde eran torturados. Según Guillermina supo por el relato de su papá, Manuel fue el más maltratado durante la tortura. Fueron liberados 15 días después: Manuel permanece desaparecido.

Despojo y desalojo

“Nosotros éramos todos menores de edad y sufrimos mucho”, reconstruyó Guillermina en diálogo con este diario. Su padre regresó del cautiverio “sucio, barbudo, flaco, golpeado y herido de una hernia que le provocaron” las torturas. El hostigamiento, no obstante, continuó. En 1979, a Juan lo hacen viajar a Buenos Aires para certificar la posesión de las tierras en donde estaba emplazada la hostería y el camping, pudo saber Corral. “En el momento en que él se toma el micro realizan un segundo operativo con topadoras y arrasan con todo, reducen la hostería, se roban las maquinarias, las herramientas, el mobiliario de la familia y lo guardan en las oficinas de las autoridades del parque nacional, intervenido por personal militar”, contó.

Los restos del hospedaje aún están ahí, copados por la selva misionera. Fueron hallados por la guardaparques Nancy Ruiz, que en 2013 y en base a la denuncia de Guillermina, investigó el lugar y realizó un informe con la localización del lugar.

Juan tuvo que huir a Paraguay. Tiempo después mandó a buscar a sus hijos. Juntos regresaron en 1985, pero no pudieron recuperar nada. “Nos fuimos sin nada, solo con la ropa puesta”, recordó Guillermina, quien pudo saber lo que vivió su papá tiempo después. Es que Juan “guardó silencio porque todo le generaba mucho dolor. Le amenazaron con que se vaya porque no venían por él sino por sus hijos, así que ocultó todo lo más que pudo. Por eso el cartel y la placa en su recuerdo es una noticia feliz, es como sacarnos la condición de NN en la que siempre vivimos”, concluyó.

Fuente: https://www.pagina12.com.ar/510492-senalizaron-el-parque-nacional-iguazu-como-sitio-de-la-memor