«Lo que falta no es trabajo sino derechos laborales de la mayoría», sentenció el secretario gremial de UTEP, Gildo Onorato, en el acto que dio cierre a la masiva marcha de los movimientos populares desde Liniers hasta la intersección de Avenida de Mayo y la 9 de julio. La misma idea se palpaba al caminar por los alrededores del santuario de San Cayetano: más que pedir trabajo, los fieles pedían por mejores condiciones laborales en un contexto signado por la informalidad y la inflación, a la que hizo mención Mario Poli, el arzobispo de Buenos Aires, en la misa central por la fecha. También en ella hicieron foco los discursos de los dirigentes de las organizaciones. Apuntaron, además, a la estigmatización, la «desilusión» con respecto a las últimas medidas oficiales y el «control» sobre el Potenciar Trabajo, y a la persecución judicial por parte de la oposición. El principal reclamo es una ley general de Tierra, Techo y Trabajo, que entre sus principales puntos incluye el salario básico universal.
Paz, Pan, Tierra, Techo y Trabajo
La estigmatización se filtra en los discursos que los dirigentes de los movimientos sociales dan, pasadas las 15, sobre un escenario montado en Avenida de Mayo y la 9 de julio.
«¿Qué pasa con el gobierno que militamos para sacar a Macri? ¿Cómo puede ser que después de seis años en los que la crisis y la deuda nos golpean a nosotros, pero fundamentalmente a nosotras, las que pusimos el cuerpo y hasta la vida en pandemia, sólo escuchemos como medidas respuestas para los mercados, las petroleras, los que se la vienen llevando en pala hace muchísimo tiempo», pregunta Dina Sánchez, secretaria adjunta de UTEP y referenta del Frente Popular Darío Santillán. «Si el único planteo para los sectores populares es judicializar y estigmatizar, esta Argentina no tiene destino», afirma Onorato, y agrega, en respuesta a Massa: «Parece mentira que la Iglesia reconozca nuestro esfuerzo y trabajo y a la dirigencia política haya que explicarle la diferencia entre un plan social y el trabajo”. Alderete apunta a la inflación: «Se cagan en los acuerdos de precios. Hay que ir al congelamiento y de ser necesario aplicar las leyes de abastecimiento y góndolas».
Esteban «El Gringo» Castro, secretario general de la UTEP, dice: “Tenemos nuevo ministro de Economía que parece ser el resultado de una unidad en el Frente de Todos. Parece que los muchachos que tienen mucha plata en los bolsillos estaban contentos (cuando asumió), pero que no anunciaron nada para los de abajo. Que nos vengan a auditar de las universidades, van a terminar militando con nosotros”. Norma Morales, de Barrios de Pie, se dirige a los productores rurales: «Si no liquidan por las buenas los vamos a ir a buscar. No les vamos a permitir que se metan en la mesa de los argentinos”.
Se suman al acto el referente del Movimiento Evita, Emilio Pérsico; el subsecretario de Políticas de Integración y Formación del Ministerio de Desarrollo Social y titular del Movimiento Somos Barrios de Pie, Daniel Menéndez; los dirigentes de la CTA-Autónoma Ricardo Peidró y Hugo «Cachorro» Godoy, y el dirigente del MTE y referente de Patria Grande, Juan Gabois.
Los discursos dan cierre a una multitudinaria marcha que comienza a las 8 a pocas cuadras del santuario. En la movilización, adelante van dos camiones. Uno con herramientas de construcción y de herrería, y otro de recicladores. Les sigue un tercero, más pequeño, de los costureros. Transporta un maniquí y algunas prendas. La larga columna que avanza por la avenida Rivadavia –cortada al tránsito, como varias de las calles de los alrededores– está encabezada por los Misioneros de Francisco –movimiento católico nacido poco después de la elección de Jorge Bergoglio como Papa en 2013–. En sus hombros, llevan vitrinas con las imágenes de la Virgen de Luján, el Negro Manuel y la Virgen de Aparecida, de Brasil. Vienen hace unos días peregrinando desde Luján, junto a El Gringo Castro. Algunos continuarán hasta el país vecino.
Detrás, a paso rápido y con semblante alegre aunque por momentos cansado, caminan los integrantes de las organizaciones, con sus banderas y pecheras. Entre la gente se mezclan camiones y tractores con frutas y verduras del Frente Agrario Evita y la Federación Nacional Campesina y vehículos que cargan carretillas y herramientas; símbolos para dar visibilidad al amplio y variado sector de la economía popular. Todo fue bendecido más temprano por un cura. A Grabois se lo ve en un momento cargando a la Virgen; a Pérsico agarrando una mandarina ellendale del acoplado del camión. La ruta de 16 kilómetros es transitada por muchísimas mujeres y jóvenes. Los manifestantes llegaron desde la capital, distintos puntos del conurbano y el interior de la provincia. Es muy grande el grupo de la JP Evita. Van cantando. Por la calle se ven estacionados micros escolares y turísticos en los que llegaron algunas organizaciones. Hay música durante toda la marcha; sale de los parlantes que lleva una camioneta. Se escuchan, por ejemplo, Gilda, y la canción «Cartonero», de Attaque 77.
«Antes la gente nos veía y bajaba las persianas de los locales. Los mozos se paraban en las puertas, aunque nadie les tocó nunca un caramelo. Ni loco había un kiosco abierto. Hoy ya se sabe quienes somos», celebra Pato, de Misioneros, quien viene caminando desde Luján. Un encargado de seguridad de una concesionaria lo saluda desde detrás del vidrio, con el celular en la mano, filmando la escena. Varias cuadras más adelante, un joven explica a sus hijas qué es lo que tienen enfrente. No podían faltar, claro, los detractores. La agresividad: «¡Qué vergüenza! Manga de hijos de puta, negros de mierda», le grita un hombre a un policía de la Ciudad que dirige el tránsito, buscando complicidad. El uniformado no le responde. «¡Viva Macri!», provoca otro hombre al pasar. «¡Por eso te cagás de hambre!», le retrucan. «No nos pagan por venir a la marcha. Somos criticados, pero yo me levanto a las 5, entro a las 8, trabajo hasta las 12 reciclando en la cinta y después salgo a la calle a buscar residuos hasta la tarde», explica Sabrina (27), de una cooperativa de recicladores y recicladoras de La Matanza.
Para Grabois, el reclamo del salario básico universal sella la «maduración del sector», que está no solamente «pujando por su propio mejoramiento» sino también por el de los que están «afuera de todo». «Estamos interviniendo en la puja distributiva donde solamente están ganando los de más arriba y para los de más abajo no hay siquiera migajas. El contrato electoral de 2019 decía ‘empecemos por los últimos para llegar a todos’. Hoy los últimos están peor que cuando se dijo esa frase», concluye en diálogo con Página/12. Adhiere, Grabois, a lo que en las puertas del santuario señala el padre Daniel: «La tasa de actividad está volando. Nunca hubo una tasa tan alta, pero la mitad de los trabajadores está por abajo de la línea de pobreza. El segmento más castigado es el informalizado». Este 7 de agosto, la fe y la lucha se conjugan en un mismo mensaje.
En el santuario y sus alrededores
Es un abrazo que se extiende por varios minutos. Apretado. En una esquina de la calle Bynnon, un cura contiene a un hombre; los dos están arrodillados y tienen los ojos cerrados. Con la mano izquierda el sacerdote sostiene con dificultad las sillas de plástico que se colocan en la calle para las confesiones. A un costado va creciendo la fila de fieles que quieren tocar a San Cayetano. «¡Espigas!», gritan vendedores. Seminaristas esparcen sobre los cuerpos agua bendita. Muchos miran el abrazo, pero nadie puede conocer las razones del momento íntimo y público a la vez. Sólo pueden suponerse.
A lo mejor el abrazo sea un reflejo de la conclusión que saca el padre Daniel Pellizzón, del santuario de Liniers, y que también se cristaliza en la marcha y el acto de la UTEP. El padre dice que la mayor parte de los fieles llora y “pide la bendición” no tanto porque le falte trabajo, sino porque padece la precarización o la informalidad.
–Mucha gente viene a agradecer, también piden, pero se ve que hay trabajo. Mucho informal, changas, más que antes. Es el que se frenó por la pandemia. El pobre sale a la lucha de lo poco que le queda y se aferra a eso. Antes a una empleada doméstica en casa de familia quizá con un trabajo de días de semana le alcanzaba para tener el nivel de vida que quería para sus hijos. Hoy no: tiene que trabajar sábado y domingo, tener dos o tres casas para lograr ese nivel de vida. El tema inflacionario nos toca a todos en la Argentina— analiza el cura en las puertas del templo. Lo último que dice está en el núcleo del mensaje de Poli: «La inflación asfixiante que padecemos genera miseria». «El pueblo necesita medidas que frenen la inflación. No va más», sentenció, por su parte el diputado Juan Carlos Alderete, referente de la Corriente Clasista y Combativa, en el acto de las organizaciones.
Lo que dice el padre Daniel se comprueba en la fila de fieles. Andrea Zapata, empleada doméstica, llegó desde Moreno para pedir «más trabajo, fijo, en blanco». «Estamos bien, pero hoy en día estar bien… sabemos lo que es. Venimos para poder por lo menos estar estables, poder estar, eso es lo más importante», expresa María, auxiliar de escuela, 51 años, de Monte Grande. Raúl «Rulo» Santana, de 69 años, vino con su nieto, a quien le consiguió trabajo en una fábrica de alfombras. «Hace 40 años que vengo. Agradezco el pan, la familia toda unida, el trabajo», enumera. La vez que vio más gente fue en 2002: «Faltaba trabajo; era muy bravo».
Es la primera vez en dos años que el santuario abre sus puertas al público. Por el coronavirus la edición 2020 fue virtual, y en 2021 los creyentes se acercaron hasta el lugar pero no podían ingresar a tocar y ver al patrono del pan y el trabajo. En esta ocasión hay mucha menos gente que en otros años. Una particularidad es que no se vieron carpas en la noche de la víspera. El principal motivo de la merma, según las hipótesis que circulan en la calle, es el miedo que dejó la pandemia.
La crisis económica repercute también en los vendedores. Se lamentan: se vende poco y nada, y lo que se vende son artículos bien baratos: espigas, velas, cintitas de protección. Los que tienen puestos sobre la calle Francisco de Viedma –en su mayoría, oriundos de Perú– han podido extender su horario de trabajo respecto de 2021, cuando tuvieron problemas con el gobierno de la Ciudad. A los vendedores de espigas los corren los inspectores: no les permiten improvisar puestos en la vereda, por eso es que se van moviendo con sus bolsas. «En San Expedito me sacaron la mercadería. Con el hambre que hay, nena», protesta una señora que vende espigas a 100 (las comunes) y 200 pesos (las especiales, con los pequeños pancitos). Todo aumentó. Para graficar, las velas que antes costaban tres por 50 salen ahora el doble. Destaca lo que ofrece Eber Gamboa, artesano venezolano que talla a mano figuras de distintas religiones en terracota. Migró hace tres meses y se está «actualizando con los santos de Argentina».
Desde 2016 los movimientos populares marchan el Día de San Cayetano para pedir «paz, pan, tierra, techo y trabajo». El padre Daniel aclara que, si bien desde la iglesia no invitan ni convocan a la marcha, él la apoya completamente. En cambio, los fieles miran con recelo a los que, desde las 8, copan Rivadavia con banderas y bombos. «Este es un país de cultura de trabajo, y la está perdiendo. Hay más gente para manifestarse que acá. Pero cada uno sabe el lugar que tiene que tener», opina María. Raúl argumenta que, por los cortes de tránsito, «mucha gente pierde el presentismo». «Podés rezar, pedir a Dios, confiar en la providencia, en que te dé un trabajo digno a través de San Cayetano, pero también reclamar tu justo derecho a las autoridades», reflexiona el cura, para quien hay una «estigmatización mediática» que repercute en los fieles.
Fuente: https://www.pagina12.com.ar/447651-san-cayetano-no-falta-trabajo-sino-derechos-laborales