“Se viene el estallido” de Bersuit Vergarabat fue la banda sonora de buena parte de la campaña de Javier Milei. Tanto, que Víctor Alberto Verenzuela García, guitarrista del grupo y autor de la canción, le envió ya hacer tiempo una carta para que deje de usarla. El entonces candidato no le hizo demasiado caso pero ahora, en medio de una licuación de salarios y jubilaciones que el Gobierno acentúa día a día, su letra se resignifica y transforma en preguntas: ¿Hasta cuándo puede aguantar la gente? ¿Habrá o no un estallido? De la respuesta que finalmente tengan, depende el destino de un presidente que trata de disimularlas detrás de insólitas peleas con todo el arco político, corporizado en los gobernadores.

Apenas dos meses después del ingreso libertario a la Rosada, las dudas no solo carcomen a los opositores. Recién llegado de hablar con Luis Caputo, uno de los periodistas más cercanos al Gobierno cuenta que, cuando se le dice que la gente ya no soporta más el ajuste, el ministro resalta que todavía falta, que “vamos a tocar fondo en marzo o abril”. El relato despierta la reacción de su compañero de programa.

“Estamos a 19 de febrero. La UCA dijo que en enero la pobreza era del 57%. ¿Cuántos más van a caer de acá a abril? Porque los salarios no se mueven y los precios vuelan. Todos los precios más las tarifas, los alquileres, el transporte, los colegios. ¿Cuántos llegan vivos a abril? Me contaba un amigo martillero que nunca, ni en 2001, tuvo tanto trabajo de remates de pymes, comercios de lo que te imagines, todos cerrando y rematando lo que tienen. Para mí la clave es ¿el humor social aguanta o no aguanta?”, escupe casi sin respirar nada menos que Eduardo Feinmann desde su poltrona en La Nación+.

Milei o Alberto, ¿de quién es la culpa?

Milei se vanagloria de que nadie en la historia argentina hizo un ajuste tan rápido y tan profundo. Tiene razón. Seguramente eso explica el comportamiento también inédito de la opinión pública. Según muestra el “Panorama nacional de febrero” de la consultora Zubán Córdoba, toda la primera línea del gobierno se ha “negativizado”. En otras palabras, tienen más imagen negativa (55%) que positiva (44,6%). En el caso de Mauricio Macri, el mismo proceso demoró dos años y en el de Alberto Fernández uno, en plena pandemia. Eso se explica por la profundidad del ajuste.

La rapidez, sin embargo, ofrece una arista positiva para el Gobierno. Más allá de lo que muestra un análisis realista de lo sucedido, le permite a Milei cargar a la cuenta de sus predecesores los efectos de la megadevaluación y la “liberación” de precios. Aunque también esa ilusión empieza a evaporarse. A fines de diciembre, siempre de acuerdo a Zubán Córdoba, solo el 25,5% consideraba a la dupla Milei-Caputo como principal responsable de la situación económica, frente a un 50,8% que apuntaba hacia Fernández-Massa. En febrero, Milei-Caputo pasaron al frente con el 50,8% contra el 47% que insiste con los peronistas.

Otros dos encuestadores de primera línea consultados para esta nota, que prefirieron no hacer públicos sus nombres, consideran que las imágenes negativa y positiva del Gobierno están prácticamente igualadas. Pero los dos destacan que, si se pregunta por cada una de las medidas adoptadas en estos meses, los rechazos son absolutamente mayoritarios.

Zubán Córdoba constató en esa línea que el 80% de los encuestados asegura que “el ajuste de Milei lo está pagando la gente”, un porcentaje que por supuesto incluye a la mayoría de los que aún se resisten a abandonar toda esperanza en el flamante presidente. Habrá que ver cuántos de ellos mantendrán flecos de esa fe después de pagar los aumentos de tarifas, colegios, prepagas, combustibles y alimentos que los esperan en marzo y abril.

El sueño de la derecha propia

Convencido de que el sacrificio masivo es el Jordán en el que se purificará la economía argentina, Milei ni siquiera promete salvavidas a corto o mediano plazo y se concentra en seducir a un escéptico FMI para que le financie su huida hacia adelante: el plan de dolarización, rebautizado “Competencia de monedas”, que congelaría para siempre el desastre que provocó.

Sin nada que ofrecer en lo económico, apuesta a la política para cruzar el desierto. Así dedica buena parte de su tiempo a licuar lo que queda del PRO y el radicalismo para dejar atrás el escenario de tres tercios de la primera vuelta y recrear la tradicional polarización, pero ahora bajo su liderazgo.

Por eso se pelea con los gobernadores, le da largas al acuerdo con Macri, cuyos votantes ya considera asegurados, festeja el “ordenamiento ideológico” supuestamente provocado por el naufragio de la Ley Ómnibus e insulta cada vez que puede a los potenciales rivales en la disputa de ese espacio.

En medio de un país que se hunde en la miseria y no puede fijar la vista más allá de los próximos meses, explica ante propios y ajenos que esa estrategia tendrá grandes frutos en las lejanísimas elecciones parlamentarias de 2025 y dedica a ese fantasmagórico proyecto cataratas de posteos en las redes sociales. Si su objetivo es anestesiar el humor social con este despliegue, no parece la mejor estrategia para lograrlo.

Un Gobierno que fogonea el estallido

El dudoso inicio de las clases, los cada vez más frecuentes conflictos gremiales, la unificada resistencia de los movimientos sociales, pueden ofrecer un canal de expresión para el descontento que insiste en fogonear el Gobierno.

Con una sutileza política que se le desconocía, la conducción de la CGT se convirtió en la principal fuerza opositora, en combinación con los canales institucionales donde transitan los gobernadores y el Congreso. Impulsa y da paraguas a las luchas salariales y promete fuerte colaboración a las movilizaciones de otros colectivos muy afectados por las políticas oficiales, como los ligados a los derechos humanos y las mujeres. Es cierto que los dos tienen una clara pata sindical, pero también lo es que la cúpula gremial casi los había ignorado hasta estos días. El impacto podría ser aún más fuerte si suma a la lista a los jubilados, que carecen por ahora de una representación sectorial pero, convenientemente organizados, podrían tener una altísima repercusión en la opinión pública.

En paralelo, la violenta agresión oficial sobre las condiciones de vida de la mayoría de la población puede terminar generando explosiones sociales mucho antes de que pueda rearmarse una oposición política que sirva como alternativa y vía de descompresión. ¿Marzo, abril, mayo? Es ridículo especular sobre el tema ya que, como cualquier reacción inorgánica, no puede ser prevista con exactitud. Pero el Gobierno, y todo el sistema político, deberían tenerlo en cuenta a la hora de hacer planes en sus respectivas mesas de arena. 

Después de todo, aunque ya no le guste a Milei, está soplando en el viento el estribillo de la canción de la Bersuit: “Se viene el estallido/Se viene el estallido/De mi guitarra/De tu gobierno, también.”

Fuente: https://www.pagina12.com.ar/715362-por-que-milei-ya-no-canta-se-viene-el-estallido