En el año 2012 recibí las llaves de la ciudad de Bogotá de manos de su alcalde. Supuso para mí un inmenso honor en un momento especialmente duro de mi vida profesional. En el acto también estuvieron presentes, de forma principal, el presidente colombiano, Juan Manuel Santos; el presidente español, José Luis Rodríguez Zapatero; y el fiscal de la Corte Penal Internacional (CPI), Luis Moreno Ocampo, al dar, estos, el visto bueno a mi incorporación como asesor a la Misión de Apoyo al Proceso de Paz.

Bogotá, siguiendo la terminología derivada de la antigua civilización muisca, tiene varias acepciones. Yo me quedo con la que creo más la significa: “La dama de la montaña que resplandece”. No sé si pueden imaginar lo que significa para alguien tan ligado como yo a la pelea por los acuerdos de paz de Colombia contar con el honor excepcional de recibir ese galardón. El regidor que me lo entregó tuvo un complejo mandato, siendo destituido de su cargo tras la desprivatización de la recogida de basuras para luego ser restituido por sentencia de la Corte Interamericana de Derechos Humanos. El alcalde se llamaba Gustavo Petro, obtuvo sus mejores éxitos en educación y salud y desde el consistorio saltó al escenario nacional, convirtiéndose en un referente de la izquierda.

Diez años después me encuentro de nuevo en Bogotá, en circunstancias diferentes. Acudo junto a mi compañera de vida, Dolores Delgado, a la toma de posesión de Gustavo Petro, que ha recorrido un camino largo desde su despacho municipal de entonces. Este domingo, el revolucionario que formó parte de la guerrilla Movimiento 19 de abril (M19) asumía la realidad de ser el primer presidente de izquierdas de Colombia. Con él, Francia Márquez, su vicepresidenta, que va a revolucionar el papel de la mujer, de la indígena, de la afroamericana de los y las invisibles en su país.

Esta nación querida tiene ahora un gobierno progresista. Ello supone la continuación de los esfuerzos por la paz que omitió el gobierno anterior de Iván Duque, la implementación de un modelo solidario de desarrollo y un impulso para la reactivación de Latinoamérica, reactivación que podrá potenciarse aún más en la región si en octubre las urnas dan la victoria a Luiz Inácio Lula da Silva para la presidencia de Brasil frente al ultraderechista actual mandatario Jair Bolsonaro. Se auguran tiempos de ejercer políticas por los más vulnerables, de respeto por los pueblos originarios, de dialogo, de paz. De cuidados hacia la madre tierra. Tiempos en que los pueblos originarios, campesinos y afrodescendientes reciban el trato debido a sus derechos ancestrales, tantas veces olvidados.

La esperanza

Del juramento de Petro han sido testigos numerosos jefes de Estado y primeros ministros de otros países, entre ellos el rey de España. Fuera del boato oficial, lo más emotivo es la esperanza de la ciudadanía. Colombia ya dio su opinión con el acuerdo con las FARC en 2016, con las elecciones presidenciales de 2018 en las que el hoy presidente quedó segundo y en el ambiente que traducían las protestas de los años 2019 y 2021, que denotaban hastío de la política conservadora y de la corrupción. 

El proceso de paz en Colombia salió adelante aun cuando a los narcos no les interesaba que así fuera. Los documentos desclasificados del Departamento de Estado de Estados Unidos en 2018 apuntaban a que el senador y presidente de Colombia de 2002 a 2010, Álvaro Uribe, había sido acusado varias veces por diplomáticos estadounidenses a causa de supuestos vínculos con el narcotráfico en los años noventa.

La embajada de EEUU en Bogotá remitió una lista de políticos colombianos «sospechosos de tener vínculos con el narcotráfico». La lista se dividía en dos secciones: «los narco-políticos», que eran «políticos con sólidas historias» de relación con el narcotráfico, y «los posibles narco-políticos», que eran sospechosos de tener lazos con el tráfico de drogas, aunque no estaban comprobados. Así eran las cosas. Y con ello tendrá que lidiar el presidente Petro.

Izquierda en el Gobierno

La coalición progresista lo va a tener muy difícil para superar todos los obstáculos que afrontará en ámbitos como el del medio ambiente, en el que se necesitan fórmulas más respetuosas con la naturaleza y más combativas con el extractivismo, la mineria ilegal o el cambio energético, eliminando la dependencia del carbón y del petróleo. Es decir, una política medioambiental ambiciosa para una transición energética que saque a Colombia de la dependencia de los combustibles fósiles.

Los caminos por los que piensa avanzar Petro discurrirán por la senda del acuerdo, por un pacto nacional que incluya a quienes no votaron por él. Reto importante que incluye una suma de voluntades que, hoy por hoy, no existe en Colombia. En su ejecutivo hay conservadores como Álvaro Leyva, quien conoce bien las negociaciones con los guerrilleros, o Cecilia López, que desde la cartera de Agricultura tendrá que desarrollar la imprescindible reforma agraria. En la ONU ha situado a un símbolo: Leonor Zabalza, indígena y diplomática. La mayoría que detenta en el Congreso le permitirá a abordar la inaplazable y necesaria reforma tributaria que se centrará en los mayores contribuyentes y en aquellos que evaden capitales.

El sociólogo y jurista portugués Boaventura de Sousa Santos destaca en un artículo publicado a finales de junio que Petro y Francia buscan movilizar a la sociedad colombiana como sociedad cuidadora que reconozca y recompense el trabajo de cuidado de las mujeres, establezca una nueva relación entre la sociedad y la naturaleza que priorice la defensa de la vida sobre los intereses económicos, promueva la transición energética y democratice el conocimiento ambiental. Añade que «se trata de pasar de una economía extractivista a una economía productiva que disminuya la desigualdad en la propiedad y el uso de la tierra mediante una reforma agraria que dé acceso al uso del agua y transforme el mundo rural colombiano como pieza clave de la justicia social y ambiental…». En cuanto al conflicto armado, hace hincapié en el respeto a las víctimas y la necesidad «de estimular una política de convivencia pacífica y reconciliación».

La guerra marca

Falta hace, porque 60 años de guerra han marcado a la población. Un cuarto de millón de muertos, decenas de miles de desaparecidos… La Comisión de la Verdad presentó el informe final concluido en junio, después de tres años de trabajo. Su presidente, el jesuita Francisco de Roux, expuso con confianza y optimismo algunas conclusiones que deben servir para un debate en profundidad. Cambiar la idea del enemigo –todo el que no esté conmigo– de las fuerzas de seguridad, transformar la mentalidad del ejército en la protección de las personas y las infraestructuras, separar a la Policía nacional del ministerio de Defensa… Teniendo en cuenta al narcotráfico, que ocupó «un lugar político, económico, militar y territorial», interviniendo en el conflicto en ambos lados. El informe llama a negociar la paz completa con el ELN, ultima guerrilla activa que, a su vez, se dice dispuesta a escuchar y avanzar. El propio Petro se ha mostrado dispuesto a tender puentes.

Mientras este documento veía la luz, el diario El País entrevistaba al ya candidato electo, quien decía:

–»Si yo fallo, vienen las tinieblas que arrasarán con todo; yo no puedo fallar”

–»¿A qué tinieblas se refiere?», preguntó el periodista

Respondía Petro:

«Hemos lanzado un desafío formidable. Era poco probable que yo pudiera llegar vivo al final del proceso electoral. Y ahora, si mi gobierno establece las condiciones de la transición, lo que sigue es una nueva era. Y si fracasamos, lo que viene, por ley física, es la reacción. Y una reacción de la que Uribe no es el protagonista. Los ciclos vitales cambian. Hay círculos organizándose alrededor del fascismo. No los vamos a agredir, por ahora, nada de eso, sino que vamos a tener en cuenta que esto está pasando».

Terrible responsabilidad, no menos aterradora que ese futuro que vislumbra el gobernante colombiano como una realidad inminente. Las fuerzas del mal tienden a aliarse y no es Colombia país ajeno a que se abran los infiernos y a que la violencia, no extinguida, repunte contra cualquier colectivo. A Petro la prudencia le pedirá equilibro para impartir justicia sin que prime la impunidad y sin que la violencia tome la palabra.

La espada de Bolívar

El domingo 7 de agosto, bajo un sol de justicia y ante miles de personas en la emblemática Plaza Bolívar, la toma de posesión de Gustavo Petro fue emocionante, vibrante e intensa, con momentos inesperados que marcan el cambio de rumbo en el que se embarca el nuevo mandatario.

Dio la orden: “Como presidente, le solicito a la Casa Militar, traer la espada de Bolívar”. Se trataba de la orden del mandato popular. El acto se interrumpió por 30 minutos hasta la llegada de la espada en una urna de cristal, custodiada por guardias uniformados con traje de gala, en presencia de la senadora María José Pizarro, hija de Carlos Pizarro, lider del M19 asesinado en 1990 por un sicario –con posibles implicaciones en el hecho del aparato del Estado y paramilitares– cuando fungía como candidato presidencial por la Alianza Democrática M19, que momentos antes le había impuesto la banda presidencial. Entonces, no solo hubo un estallido de júbilo, sino que también las lágrimas abundaron y el canto de «alerta, alerta, alerta que camina, la espada de Bolívar por América Latina» llenó la plaza y las gargantas de toda Colombia.

Cadetes ingresan con la espada de Bolívar en la ceremonia de investidura de Gustavo Petro.

Sin embargo, algunos líderes demuestran una preocupante cortedad de miras y una desconsideración histórica hacia quienes forjaron la independencia de este pueblo. Como le ha ocurrido al presidente saliente, Iván Duque, que, en un último intento agónico de su mandato, se negó a que aquel símbolo de unión latinoamericana se incorporara desde el principio a la ceremonia. U otros, que no honran los símbolos y no prevén los efectos de su omisión. Desde este momento el presidente Petro, de esta forma tan alegórica, mandó un mensaje de firmeza a los mandos militares y después conciliador –pero exigente– de sumisión constitucional, irrestricta.

La enumeración de sus «diez mandamientos» para su gobierno especifican una política progresista que revolucionará su país y será ejemplo para toda una región respecto de la cual llamó a la unidad, a modo de una Unión Europea latinoamericana que aglutine los esfuerzos de tantos hombres y mujeres que, desde Latinoamérica y desde fuera, físicamente, pero dentro del corazón, luchamos por el concepto de Patria Grande.

El 7 de agosto de 2022 será una fecha inolvidable. Cuando abracé a Maria José Pizarro sentí toda la fuerza de su padre, cuya imagen llevaba impresa en la espalda, y sentí que nos miraba y aprobaba lo que allí estaba sucediendo. Gobierno paritario; defensa de los más vulnerables y de los derechos de los pueblos originarios, campesinos y afrodescendientes; nueva política fiscal, redistribución de las riquezas; nueva política agraria; nueva política antidrogas, valiente y compleja; nueva política sobre medio ambiente, exigiendo responsabilidades a los países contaminantes; paz, en el más amplio sentido de la expresión; verdad, justicia, reparación, garantías de no repetición; o diálogo integrador y sin exclusiones fueron algunos de los puntos que resaltaron.

Fue al llegar a la plaza y oír a un grupo de jóvenes que, apretujados en primera línea, me identificaron cuando caminaba de la mano de Dolores Delgado –»Juez Garzón, gracias por estar aquí, gracias por acompañarnos, ¡sí se puede!»–, cuando sentimos emoción y una sinergia especial. Fuimos conscientes de que algo estaba cambiado definitivamente en Colombia. Y nosotros, cada uno en nuestra esfera, estábamos allí, renunciando con ello a la indiferencia y asumiendo un compromiso de contribuir a que, al menos por esta vez, triunfen los que siempre pierden. Y que la frase indeleble en estas tierras americanas de «el pueblo unido jamás será vencido» sea una realidad para siempre.

En medio de todo este conjunto de emociones, estrechando manos, repartiendo abrazos, besos y escuchando aplausos, no podía por menos que recordar mientras se desarrollaba el acto, solemne y jubiloso, algunas frases de la canción Empezar una vez más, dedicada a quienes trabajan a diario para la reparación integral de las víctimas del conflicto armado:

«…Vamos a cambiar la realidad

Que esto no vuelva a pasar

Construyendo un nuevo mundo

Empezar una vez más.

Quitar la venda del dolor

Sin olvidar lo que pasó

Coraje para transformar

Respirar

Volver a empezar.

Construir algo distinto

Depende de nosotros mismos

Mirarme en el espejo y reconocer

Que de mis cenizas puedo renacer.”

En el mismo lugar en el que me entregó las llaves de la Ciudad de Bogotá en 2012, Gustavo Petro recibió este 7 de agosto de 2022 las llaves de Colombia. Se las entregó el pueblo que quiere iniciar algo nuevo y edificar un país mejor, diferente y en el que la vida en paz sea posible. Que así sea.

* Este arículo fue publicado por InfoLibre 

Fuente: https://www.pagina12.com.ar/448205-petro-los-acuerdos-de-paz-y-la-esperanza