A Miguel Santucho la sonrisa no le cabe en el rostro. Lleva poco más de una semana desde que encontró a su hermano, el hijo que su madre, Cristina Navajas, tuvo mientras estaba en cautiverio en el centro clandestino de detención, tortura y exterminio conocido como el Pozo de Banfield. En estos días, compartió algún que otro vino con su hermano, un brindis en la sede de Abuelas de Plaza de Mayo y algunos de los abrazos con los que se esperanzó desde que arrancó su búsqueda.
En el movimiento de derechos humanos, Miguel es el “Tano” Santucho. Todavía arrastra el acento que adquirió mientras estuvo en el exilio en Italia con su papá, Julio Santucho. Salió del país siendo un bebé después de que una patota entrara al departamento en el que vivía con su mamá, su tía Manuela Santucho y otra compañera del Partido Revolucionario de los Trabajadores (PRT). Los represores lo habían dejado junto con su hermano y su primo Diego. El más grande de los chicos tenía tres años. Su abuela materna, Nélida Navajas, los rescató.
El “Tano” es el continuador de la búsqueda de Nélida. Ella falleció en 2012 y él se presentó en Abuelas de Plaza de Mayo para decir que tomaría su lugar. Buscar fue duro: se metió en los lugares por donde pasó su mamá antes de que la desaparecieran. Llegó un día a golpear a Automotores Orletti, mucho antes de que fuera un sitio de memoria. Caminó por los ambientes lúgubres del Pozo de Banfield, el último destino donde su mamá fue vista con vida. Leyó testimonios, fue a audiencias de juicios y habló con los sobrevivientes.
Después de tantos años, ahora tiene la felicidad estampada en el rostro. “Quiero dar esperanzas a los que tienen dudas, a los que están buscando. Si me tocó a mí, les puede tocar a todos”, le dice a Página/12.
–¿Con quién te encontraste?
– Me encontré con una persona muy sensible, bastante introvertida. Me recuerda mucho a mi hermano mayor. Yo soy muy toquetón, lo quería abrazar y eso a él le pareció lindo –no estaba acostumbrado. Es claramente sensible, luminoso, le gusta devolver todo lo que está recibiendo. Él me dijo que él buscaba su verdad y con la verdad le alcanzaba. Ahora, se encontró con un padre, tres hermanos y es mucho más de lo que esperaba.
– Hace un tiempo declaraste en el juicio de las Brigadas y decías que la búsqueda se te estaba haciendo cuesta arriba…
– Sí, cada vez me estaba costando más. Sentía que esa oscuridad avanzaba porque la búsqueda pesa –sobre todo cuando es activa. Uno cae en la cuenta de que van pasando los días y sigue sin resultados. Pude sostener la búsqueda gracias al apoyo de mis compañeros. Después del macrismo, cuando asume Horacio Pietragalla en la Secretaría de Derechos Humanos, yo sentí que en Abuelas estaba marcado el tema del recambio generacional y se necesitaba que nosotros tomáramos más protagonismo porque las Abuelas estaban cada vez más grandes y eran menos.
– ¿Cómo te marcó la búsqueda de tu abuela?
– Es parte de mi personalidad. Mi hermano Camilo siempre tuvo todo bajo control. Yo siempre quería saber más. No terminaba de salir de una emoción que me metía en otra. Quizá eso me llevó a comprometerme con cosas que eran más grandes que yo. Lo que me pasó con mi hermano era más grande que yo. Ahora lo más importante es mi hermano. Justamente, por haber sido el que asumió esa responsabilidad de continuar la búsqueda, tengo otro lugar desde donde hablar con mi hermano y tengo otra llegada a las que pueden ser las herramientas de contención o de apoyo. Todo esto lo quiero capitalizar en poder brindarle lo mejor. Yo sabía que tenía que buscar pero no sabía si iba a encontrar, y esa diferencia es la que te duele. Mi abuela, aún sabiendo que había pocas esperanzas, entendió que ése era el camino.
– No tenían testimonios del momento del parto…
–Sí, probablemente había nacido, pero no había confirmación. Nadie sabía decirme si había nacido bien, si era un hombre o una mujer. Yo me autoconvencí de que había nacido porque dije: «Si mi mamá estuvo todo el tiempo que pudo dando a conocer que había mantenido el embarazo a pesar de la tortura y la última vez que la ven estaba sin embarazo y sana, entonces debió haber nacido». Eran muchas las cosas que le habían pasado a mi mamá para imaginarse un final tan lindo: que mi hermano está bien y que es un buen tipo –y viniendo de la familia que lo crió es un montón.
–¿Qué te pasaba cuando Adriana Calvo te hablaba de tu mamá después de haberla visto en el Pozo de Banfield?
– La primera vez que yo me puse a leer los testimonios, lo primero que pensé fue: la hicieron mierda. Yo había leído testimonios que decían que, después de las sesiones de tortura, mi mamá no podía hablar. Cuando hablo con Adriana, ella me dice: «No, nada que ver. Todo lo contrario». Y me enaltece a mi tía Manuela y me pone a mi mamá como su brazo derecho. Me dice que ellas levantaban el ánimo y seguían militando la revolución aún en los calabozos. Ahora se resignifica el testimonio de Adriana, cuando ella dice «tu mamá nunca me dijo si nació su hijo». El hecho de que ella no le haya dicho –después de estar un día entero– era porque la estaba protegiendo de saber que a ella también podían sacarle a su hija. Mi mamá tenía luz propia. Mi mamá era una mujer entera, que llegó al final de ese cautiverio con una fuerza que yo –inclusive después de hablar con Adriana– no creía. Mi hermano me dio otra imagen de mi mamá y por fin la puedo reivindicar en toda su grandeza.
–¿Y ahora cómo sigue tu militancia?
–Yo estoy agrandadísimo. Lo único en lo que sé que tengo que tener cuidado es en la relación con mi hermano. Yo sé que él va a tener que pasar por ese duelo, por ese hacerse cargo. Yo ya tenía pensado un proyecto de militancia desde Abuelas: quiero recorrer el territorio, fortalecer cada nodo y hacer actividades en todos lados porque lo que permitió que mi hermano llegara a nosotros es que haya visto el mensaje de las Abuelas de «acá está la posibilidad de encontrar tu verdad». Necesitamos generar un contexto para que se encuentren muchos más nietos. Haber encontrado a mi hermano de esta manera, que él se haya acercado, es darle la razón a la estrategia histórica que tuvo Abuelas desde fines de los ’90 de sembrar la duda y dar las herramientas para que esa duda se pueda resolver. De otra manera no se hubiera encontrado a mi hermano. Todo el barrio sabía quién era el apropiador y que probablemente el hijo ése no era suyo pero nadie hizo la denuncia.
Fuente: https://www.pagina12.com.ar/574616-miguel-santucho-yo-sabia-que-tenia-que-buscar-pero-no-sabia-