El Tribunal Oral Federal de Bahía Blanca retomó el juicio denominado Megacausa Zona 5, en el que se juzga a 37 militares retirados y expolicías por delitos de lesa humanidad contra 333 víctimas durante la última dictadura. En la audiencia, que gran parte de los imputados sigue de forma virtual, declararon una empleada del local nocturno del que fueron secuestrados Julio Infante Julio y un hijo de Miguel Poblete, ambos desaparecidos.
El megajuicio bahiense ya tuvo 42 audiencias durante el año pasado, en las que declararon 124 testigos. Una de sus particularidades es que la mayoría de las víctimas (248) llegan por primera vez a la instancia de juicio como tales y no como testigos. 65 de ellas fueron asesinadas o desaparecidas, y dos son los niños que nacieron durante el cautiverio de sus madres, Graciela Izurieta y Graciela Romero, en el centro clandestino La Escuelita, en los fondos del ex Cuerpo V de Ejército, y que aún no recuperaron su identidad.
Infante, a quien todo el mundo conocía por su apodo, “El Chiva”, era un popular dirigente de atletismo y hombre de la noche, dueño del local Bowling Center, donde lo secuestraron la madrugada del 18 de mayo de 1976. Era además primo hermano de Diana Julio de Massot, dueña y directora del diario La Nueva Provincia, quien murió impune, sin llegar a ser juzgada por los asesinatos de los obreros gráficos Enrique Heinrich y Miguel Ángel Loyola y por el papel clave del diario al servicio del genocidio, por el que está imputado su hijo Vicente Massot.
“El Chiva era un guapo, un bacán de pueblo, la oveja negra de familia”, contaron años atrás a este diario amigos de Infante, que recordaron la frase que le costó la vida durante un asado organizado por la Policía Federal. “Vilas es un cagón, no se anima a salir sin ocho custodios atrás”, dijo en referencia a Adel Vilas, segundo comandante del Cuerpo V y cara visible del terrorismo de Estado en Bahía Blanca. “Hacen mierda a pibes recuperables y a (Rodolfo) Ponce (sindicalista y jefe de la Triple A local) lo encuentran en El Palacio de la Papa Frita y no lo tocan”, desafió al genocida que coordinaba con el diario de su familia la acción psicológica para sembrar pánico en la sociedad.
Vilas respondió a su manera. Dos vehículos del Ejército cortaron el tránsito, otros tres se ubicaron frente al Bowling Center y fueron por Infante. «Estábamos limpiando la cocina y de pronto entraron dos encapuchados con armas largas, nos redujeron y nos llevaron al salón» donde «empezaron infinidades de balaceras», recordó en la audiencia Nora Armario, que tenía apenas 16 años. “Empezaron a disparar, porque el señor se encerró en una oficina” y “los insultaba, decían cosas muy fuertes”, contó. En un momento “lo agarraron del cuello a la rastra, todo herido, pudimos ver una parte del brazo que tenía como huecos”. “Después escuchamos como arrastraban al señor Infante, se lo llevaron”, contó y apuntó que “gritaban que de ahí no iba a salir con vida”. “El sale herido, dejó todo un tendal de sangre que nosotros tuvimos que limpiar», agregó. Nunca más supo sobre su patrón.
Miguel Poblete, desaparecido en enero de 1977, tenía 55 años y vivía en el barrio Noroeste, donde militaban gran parte de los pibes que terminaron en las mesas de torturas del Ejército y la Armada. “Mi padre era vendedor ambulante y yo salía con él –declaró Rolando Poblete ante el tribunal–. Era chileno, se movía dentro de la colectividad chilena, andaba por todos lados, nos conocía todo Bahía”, recordó. “El vendía ají, semillas, manteca, entre otras cosas, y a las 11 de la mañana me daba el dinero recaudado del día. A las 12, 12.30 a más tardar venía a casa, pero no llegó”, dijo sobre el día del secuestro. Salieron a buscarlo por “Villa Nocito, donde lo habíamos dejado”, pero “nadie no supo decir nada”. Tampoco en la comisaría ni en el hospital.
“Cada tanto iba un oficial de policía a avisar que encontraron un cadáver y
teníamos que ir a reconocerlo. Iba mi mamá con mi cuñado pero nunca fue mi
viejo”, contó Poblete. El principal indicio sobre su destino se lo transmitió
su madre en su lecho de muerte. “Antes de morir mi vieja, que tenía un tubo de
oxígeno y le faltaba el aire, nos contó que en una oportunidad la llamaron del
destacamento de (General Daniel) Cerri (localidad vecina a Bahía Blanca) porque
había un cadáver”, comentó. Su madre contó que entró a una oficina donde había
un oficial. “Se le acerca otro que les dice ‘nos mandamos una cagada’, abren un
cajón y ahí mi mamá vio un porta documentos de mi papá”, contó. Apuntó que fue
en 1977 y que su madre “lo aguantó (al secreto) más de 40 años”.
Fuente: https://www.pagina12.com.ar/522371-las-victimas-del-terror-en-bahia-blanca