«Si no hubiera sido por la universidad pública, mi futuro hubiera sido otro», dice Belén Grosso, de 48 años. Nació en un pueblo del interior de la provincia de Córdoba y, con esfuerzo, sus padres le pagaron una pieza con otras compañeras para poder estudiar. Belén es la primera generación de universitarios de su familia. Sus padres apenas terminaron el primario. Cuando ella decidió estudiar le dijeron que elija lo que quiera, y que estudie también por ellos.
«La universidad me dio los mejores años de mi vida», afirma sobre su paso por la carrera de Comunicación Social en la Universidad Nacional de Córdoba. Por detrás la abraza su hijo Ignacio, de 12 años, a quien, de grande, le gustaría estudiar programación o robótica. «Para mi la universidad pública es muy importante para el futuro de los jóvenes. Hay muchas mentes brillantes que sin ella no podrían seguir adelante», comenta el chico.
«Esto es una cuestión de soberanía, porque las universidades públicas son un patrimonio nacional», expresa Marta, quien en su momento pasó por la carrera de Sociología y hoy hace un curso de Artes de la Escritura en la Universidad Nacional de las Artes. Vino a la marcha con sus amigas del centro de jubilados «Mil Flores», un grupo de señoras muy coquetas a las que les gusta conversar de política. Marta va a cumplir 78 años el mes que viene: «Vine a buscar una esperanza», afirma.
Silvia Quiroga viene marchando con un libro en la mano. Desde el jardín de infantes que fue estudiante de la enseñanza pública, pasando por el Pellegrini y la carrera de Economía de la UBA. Sus estudios se interrumpieron cuando decidió dejar el país en la dictadura. «Vine en honor y en agradecimiento a lo que yo soy», dice y cuenta que viene también por sus dos hijas, una trabajadora social y la otra casi psicopedagoga, y por sus nietos que estudian historia y teatro. «Tengo 73 años. Podría quedarme en mi casa, pero no, tengo motivos por qué luchar, además de mi país que lo amo».
Junto a ella vino Verónica, de 68 años, uruguaya que lleva 50 años en la Argentina. Tiene un bastón en la mano por sus problemas en las lumbares y el ciático, y aún así, vino a marchar, entre otras cosas, por su hija, abogada y profesora en la UBA y recientemente despedida del INADI. «Esta incertidumebre de qué es lo que va a pasar es terrible. Lo que están haciendo no da para más», dice preocupada aunque también está invadida por la emoción de ver la cantidad de gente que marcha hoy.
De la mano por Callao vienen Tatiana, de 66, y Carlos, de 59. Ella trajo el libro «Leyendas indígenas de la Argentina» y él una edición vieja de «No habrá más penas ni olvido». Ambos son estudiantes de la UBA que retomaron sus carreras luego de un tiempo.
Maximiliano, profesor de Historia de las Ciencias Sociales, lleva con él el libro «Cristina Fernández de Kirchner, profundamente argentina». «Con ella y gracias a ella pudimos tener una universidad por provincia, algo que generó igualdad. Cristina también representa el financiamiento educativo, la ampliación leyes que nos protegen a los docentes secundarios. Y representa, sobre todas las cosas, el valor de la universidad pública, gratuita y para todos, todas y todes».
Junto a un amigo de la facultad, Henry, de 19 años, vino a la marcha con un libro con el que estudia en la carrera de Ciencias y Tecnología de Alimentos en la UBA. Hizo primario y secundario públicos. «Vine en defensa de la educación pública, pero también por una necesidad de marchar desde que Milei asumió como presidente», dice. Su mamá estudió Comunicación Social y es la primera generación de universitarios de su familia. «Es importante estar acá porque desde chico ella me inculcó formar parte de estos movimientos».
Aunque vive en Brasil, Soledad no se quiso perder la marcha, a la que llegó con un ejemplar de «Pedagogía del oprimido», de Paulo Freire. «Soy psicóloga, me formé en la UBA. Traje a Freire para representar la educación de jóvenes y adultos porque trabajé en docencia en ese nivel», cuenta.
En este contexto, todos los libros se resignifican. Algo de eso intuye Julia, que lleva un ejemplar de «Historia universal de la infamia» , de Borges, con ella. «Yo no fui a la universidad pero mi hijo sí. Él es sociólogo. Nosotros somos terciarios y tener un hijjo recibido en la UBA es un orgullo. Traje este libro porque es lo máximo de la literatura argentina y además, lo tenía a mano. Lo leí hace mucho y ahora lo estoy releyendo, porque Borges no es fácil», explica.
«La educación pública es un pilar de la Argentina. Este loco psiquiátrico ya se sabía que iba a hacer esto aunque no pensábamos que iba a tener los huevos», comenta Agustina, de 28 años, que estudia en la Da Vinci. «Que yo pueda pagar una privada no quiere decir que no voy a defender el derecho de otro a estudiar», señala recalcando que su mamá es docente de la carrera de Óptica en Farmacia y Bioquímica de la UBA.
Entre la marea de gente se alza un cartel que reza: «Los hijos de obreros también queremos estudiar». Lo lleva bien en alto Fiamma, estudiante de segundo año de Medicina, de 22 años. «No quiero ser la primera y última generación de mi familia que llegue a la facultad. Mi mamá está orgullosa, ella no pudo terminar ni el secundario».
Desde adentro de la columna de La Mella CBC, Iona, de 19 años, se encarga de cuidar el cordón. «La universidad pública es justicia social, permite que a la facultad no vaya solamente un grupo sino que pueda ingresar todo el mundo», indica la estudiante de Derecho que milita en la sede de Avellaneda. «No importa la bandera política, sino que es identidad, cultura, tiene que ver con lo que somos, lo que fuimos y, ojalá, con lo que vayamos a ser. Es lo que soy yo».
Informe: Carla Spinelli
Fuente: https://www.pagina12.com.ar/731317-la-universidad-publica-es-sinonimo-de-justicia-social