Todo lo que dijo Cristina Kirchner en su defensa fue lo que se escuchó durante los tres años de declaración de los testigos, en especial aquellos que había convocado la fiscalía. Todo el alegato de la fiscalía se contrapone con lo que declararon sus propios testigos. Eso es lo verdaderamente indiscutible y no un relato al que tenemos que creerle por una cuestión de prejuicios, como invitan a hacerlo los fiscales y algunos periodistas “independientes” o de una Corea que no existe.
Este juicio y todos los que se promovieron como persecución política contra dirigentes populares, tendrían que ser suspendidos. Cortarlos de plano porque están llenos de irregularidades como los cuadernos que no existieron o la extorsión a testigos.
No soy abogado como para aportar enfoques técnicos sobre lo que es posible o no en ese plano. Pero como ciudadano viví la forma como se incubó la violencia política en este país cuando se proscribió al peronismo después del golpe del ’55. Y ahora están tirando demasiado de ese mismo hilo finito. El retorno a ese infierno que culminó con el golpe del ’76 sería el holocausto civilizatorio de la Argentina.
Esta película se parece demasiado a aquella otra. Elisa Carrió vendría a ser una homóloga de un personaje desquiciado al que adoraban las cacatúas de Barrio Norte. El Carrió de aquella época era un psicópata que se hacía llamar Capitán Gandhi y tenía guardado en un cajón de su escritorio la calavera de Juan Duarte, el hermano de Evita. No es un mito, el tipo lo mostraba orgulloso. Era el encargado de investigar los supuestos actos de corrupción que se habían cometido durante las presidencias de Juan Perón.
Todas esa basura ideológica, infectada de prejuicios contra los sectores populares, alimentó el germen de la violencia. Una reacción que no se hizo esperar. Como habían prohibido que se expresaran en democracia, se expresaron de otra forma.
Hubo levantamientos de militares leales que fueron fusilados. Hubo huelgas, y hubo represiones, y más protestas y más represiones. Y tomas de empresas y manifestaciones y elecciones anuladas y más protestas y Estado de Sitio. Y empezaron las bombas. Y hubo golpes militares. Y siguió la represión con secuestros y torturas. Y hubo insurrecciones populares en todas las ciudades más importantes del país. Y hubo alzamientos guerrilleros y hubo grupos parapoliciales y más golpes militares con desapariciones y campos clandestinos de concentración.
Quizás, la experiencia que vivimos como generación me haga ser pesimista frente a este intento grotesco de proscribir a Cristina Kirchner y atomizar al peronismo. Es muy fuerte la sensación de que volvemos al punto de partida, como el asno que hace girar la noria.
Pero más pesimistas tendrían que ser los que aplauden esa ofensiva judicial de la derecha. Están convocando a viejos fantasmas que se cobrarán con el dolor de todos, no solamente del pueblo, sus militantes y dirigentes. La derecha también paga un costo y arriesga todo. Siempre es mejor la democracia. Si se respetan las reglas de juego.
Insisto. No soy abogado y creo que somos todos iguales ante la ley. Pero si se va a juzgar a una dirigenta como Cristina Kirchner que es referencia indiscutida para millones de ciudadanos, los procedimientos tienen que ser transparentes, tiene que estar totalmente garantizado el derecho a la defensa y hasta tendría que haber observadores internacionales para garantizar que el juicio no esté infectado por las pasiones políticas de la coyuntura.
Nada de eso hubo en este juicio y los demás que se montaron en forma arbitraria. El tribunal, Casación y hasta la Corte rechazaron todas las apelaciones de las defensas y aceptaron como buenas las irregularidades que cometió la fiscalía. Sin excepción en unas y otras así sucedió con el peritaje de sólo cinco de las 51 obras, con la relación íntima entre el juez y el fiscal que favorece a la acusación, o con las visitas de estos personajes a la quinta de Mauricio Macri, su adversario político y promotor del lawfare, o la incorporación de prueba desde otras causas y que se presentaron el último día del alegato, sin darle tiempo a las defensas para responderlas.
Si se rompen las reglas de juego, se manipula a jueces y fiscales y se manipula la información para proscribir a una fuerza política multitudinaria, los grupos sociales que están referenciados en esa fuerza política buscarán otras formas de defender sus intereses y plantear sus ideas. Si se rompen las reglas de juego, se rompe la convivencia democrática y el futuro se hace incierto.