Resulta evidente que los comportamientos de muchos políticos son verdaderamente aberrantes y contribuyen al debilitamiento de la democracia como sistema y a la pérdida de credibilidad de los representantes públicos acerca del interés colectivo.

Si los «representantes del pueblo» violentan -¡y de qué modo en tantas ocasiones!- el mandato recibido para defender el bien común, la desconfianza ciudadana se instala y crece la desvalorización de la política como alternativa idónea para regular y articular intereses diversos y para evitar el predominio de algunos sectores sociales sobre otros.

Pero a los «méritos» propios de muchos de esos “malos” políticos se suma una vasta y significativa prédica que atravesó la conciencia de la gran mayoría de la población, focalizando las desgracias del país sólo en el accionar de los políticos y liberando de hecho y simétricamente de responsabilidad a otros actores sociales. De ahí surgen algunas “convicciones” casi generalizadas, tales como “los políticos son todos iguales”, dando irreductiblemente por sentados comportamientos indebidos de los mismos.

De este modo, los empresarios, los banqueros, los organismos internacionales, ciertas fundaciones, los medios de comunicación, etc., aparecerían casi como impolutos y carentes de todo tipo de responsabilidad en la degradación del funcionamiento general de la sociedad.

La gran proliferación de cuestionamientos, de diatribas, de mofas, hacia la «clase política», no guarda relación con la insuficiente impugnación hacia otros actores que tienen «merecimientos» similares o peores.

En muchas oportunidades aparece con absoluta claridad que, detrás de la crítica y de la desvalorización de los políticos y de la política, está el mercado (y los mercaderes) como alternativa supletoria y eventualmente eficiente para conducir los destinos de la Nación.

El conflicto, y mucho más en la arena política, es inherente al comportamiento de los hombres en la defensa y lucha por los intereses no idénticos que todos tenemos o representamos. El conflicto de intereses siempre existe, aún para los que aparentan no creer en los conflictos y hablan huecamente del “consenso” para disimular sus propios intereses.

Durante la dictadura cívico-militar de 1976 y luego en la década de los 90 en el país, se asoció -con éxito fatal- la farandulización y degradación de la política, con el «endiosamiento» del mercado como posibilidad redentora de los problemas nacionales. Precisamente, este tipo de política y este tipo de mercado construyó una alianza efectiva que condujo al país a un retroceso profundo.

Convendrá, entonces, auscultar cuidadosamente qué consecuencias puede tener la sistemática desvalorización de la política y qué tipo de intención subyace y prevalece en las extendidas críticas que identifican a los políticos casi como los únicos responsables de todos los males.

Despotricar, ingenua o interesadamente, sólo contra los políticos y la política (con su consiguiente desgaste), puede abrir el camino a desgraciadas experiencias, guiadas por los sectores de mayor concentración y poder económico e instrumentadas por actores autoritarios.

La revalorización de la política (también por los políticos), en el sentido de profundo servicio y representación cabal de los intereses del conjunto de la población, resulta imprescindible para garantizar el resurgimiento del país. De las crisis se podrá salir con más política que privilegie el bienestar general y no con menos.

* Norberto Alayón es profesor titular consulto de la Facultad de Ciencias Sociales (UBA).

Fuente: https://www.pagina12.com.ar/571953-la-politica-como-mala-palabra