A veces la vida es hermosa. Siempre fue mi sueño hacer un ciclo de entrevistas con Mario Wainfeld. Un ídolo, alguien que leía todos los fines de semana en el diario, de quien había leído sus libros y que por la pandemia –y porque hacía tiempo él no iba tanto a la redacción– no había tenido la oportunidad de conocer. Solo nos habíamos visto un par de veces en eventos del diario.

Este verano vi la película los Fabelman. En la escena final el protagonista, un joven cineasta, después de juntar coraje, va a los estudios CBS a conocer a John Ford, un director muy reconocido y su ídolo. Por más que prepara y repasa cientos de veces qué decir, Ford le enseña a encuadrar de manera correcta y lo echa de su oficina. Eso es todo. Pero él se va muy feliz.

Junté valor y también me animé. Le escribí un mensaje a Mario y le dije si podíamos tomar un café, que tenía una idea. Dijo que sí. Que vaya al bar Lucio, en Scalabrini Ortiz, pero que no tenía mucho tiempo. Llegué mucho antes. Desayuné y a la hora pactada lo vi cruzar la calle. Tenía vergüenza. Había sido jefe de la sección y padre en la profesión de grandes periodistas. Pensé que quizás la propuesta le parecía un delirio.

Hablamos dos horas, comimos muchas medialunas (me dijo que en ese lugar eran especiales y que por eso le gustaba ir) y le entusiasmó la idea: hacer un ciclo de entrevistas a 40 años de democracia, y en año electoral, para tratar de tender puentes entre dos generaciones muy distantes: la de él y la mía –nací en los 90–. Coincidimos en que era necesario despegarnos de la coyuntura y hablar con los entrevistados de sus trayectorias militantes, sus vidas, sus sentimientos. Queríamos que tenga difusión en redes sociales para llegar a los más jóvenes. Dijo que le entusiasmaba, que le gustaba trabajar con gente de mi edad porque «le daba vida», y mencionó también lo feliz que lo hacía compartir un programa en Radio Nacional con Mariana Enríquez.

Subí al colectivo con una sonrisa que no se borraba. Después empezó el diálogo por chat: comentábamos el cierre de listas, hacíamos chistes. Un sueño. «Hola, acá el cronista longevo», me saludaba. Hablamos con los directores del diario y nos dijeron que sí, que arranquemos el ciclo. Le pusimos «Después del cierre», y tras varios entrevistados que nos cancelaban, seguíamos insistiendo. «Sos infatigable», me escribía. Yo feliz. 

Finalmente llegó la primera entrevista. Hablamos con Jorge Taiana y en el inicio, por los nervios, pronuncié mal su apellido: en lugar de Wainfeld dije «Weinfild». Él, siempre generoso y humilde, no dijo nada. Después, cuando me di cuenta y se lo dije, nos reímos un montón. No sabía cómo pedirle perdón y me retrucó: no pasa nada Melina Molisa. 

La segunda charla fue con el cura Francisco «Paco» Olveira. Y por más que Mario remarcó que era agnóstico, el clima se puso místico. Cerca del final, Paco dijo que a veces se enojaba con Dios porque siempre se lleva a los buenos y en otro fragmento, el cura dijo: «Si no hay cielo después me da igual. Yo no quiero otra vida, quiero que vivamos con dignidad en ésta». 

En ese momento, como si todos hubiésemos presentido algo, le preguntamos a Paco qué había después de la muerte: «Una vez Graciela Daleo, exdetenida-desaparecida, un domingo de resurrección, me regaló una tarjetita en la que se veía la reja de una cárcel que se abría y se transformaba en una paloma. Eso es el cielo: donde ya no hay muerte, dolor, sufrimiento y se le hace justicia a los que no tuvieron justicia en la tierra». Todavía quedaban unos minutos de aire, pero Mario dijo, tajante, «terminamos». «Podríamos seguir charlando, porque estamos charlando fenómeno, pero ya está. Gracias y gracias a ustedes por seguirnos», cerró. 

No dejo de repasar la última charla. Caminamos juntos hasta que él se subió a un taxi. Siempre le decía que tenía que ir caminando para el mismo lado que él aunque era mentira y lo hacía solo para charlar un rato más. Durante la entrevista había anotado unas cosas en mi cuaderno y, como Mario era un excelente observador, me preguntó: «¿Sos zurda? No es para sacar ninguna conclusión, pero las mujeres de mi vida siempre fueron zurdas: mi mamá, mis esposas, mi hija». Después nos dimos cuenta que los dos cumplíamos el 20 de noviembre, igual que León Gieco. Nos reímos de las coincidencias de la vida y nos saludamos. «Hasta la próxima», me sonrió.

El jueves de la semana que viene íbamos a dar juntos una charla sobre «Perspectivas electorales y horizontes políticos». Nos íbamos a juntar en Lucio para preparar lo que íbamos a decir y, a decir verdad, para comer medialunas. El lunes le escribí y me dijo que estaba internado, pero «bien cuidado» por su compañera. «Suspendamos por un tiempo», agregó y puso un corazón.

Ayer, cuando me dijeron que la situación era grave, pensé en despertarme y mandarle un mensaje, aunque sabía que no lo iba a leer. Quería decirle que lo quería. Que se recupere pronto, que teníamos muchas personas por entrevistar y que podíamos festejar juntos nuestro cumpleaños.

Hoy es uno de esos días en los que siento que la vida es una mierda. Pero voy a decirte lo mismo que vos me dijiste en uno de los últimos mensajes: «Que lo pases bien, Mario. Fue un gusto laburar con vos».

Fuente: https://www.pagina12.com.ar/590606-hasta-la-proxima-mario

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