Si el discurso de Cristina Fernández de Kirchner en el colmado estadio de la ciudad de La Plata, la semana pasada, fue el acontecimiento político argentino más intenso y potente de los últimos tiempos –tanto por lo dicho como por lo que sugirió– esta columna quiere apuntar que, además de que el tono general de su alocución reafirmó rotundamente su liderazgo, hubo por lo menos un aspecto que conviene subrayar y destacar para elevarlo por encima de lo anecdótico: la inclusión en su vocabulario, por primera vez públicamente, de la palabra «hidrovía».
Esta columna tiene opiniones positivas tanto respecto del contenido general de sus palabras como también de lo que no dijo y, prudente y sabia, dejó para otra oportunidad. Pero lo que este columnista quiere rescatar y subrayar ahora es ese aspecto fundamental del discurso de la Vicepresidenta: la mención a lo que llamó «hidrovía» en plano de igualdad con dos de los más fabulosos bienes naturales argentinos: el litio y el petróleo.
Así como en otros puntos que abordó, esa mención inesperada y poderosa mereció fuertes aplausos tanto dentro como fuera del estadio platense porque, con ese solo vocablo, lo que hizo CFK fue nada menos que reconocer y estimular sintética pero claramente la vocación de Soberanía que está reviviendo en el corazón del pueblo argentino.
Así el puntual reconocimiento de esa sola palabra de ocho letras pronunciada ante miles de compatriotas enamorados de la posibilidad de recuperar el camino hacia la propiedad colectiva de las múltiples riquezas de esta tierra, y hacia la autodeterminación y fortalecimiento de la hoy debilitada sociedad civil, produjo instantáneamente una satisfacción generalizada en eso que la tradición peronista llama «la gran masa del pueblo».
Esa sola palabra –»hidrovía»– en boca de la única líder de masas que reconoce esta república, quedó resignificada. Y por eso convoca a este análisis y reconocimiento, ya que ella es la Vicepresidenta de un Presidente que el 27 de noviembre de 2020 firmó –con Santiago Andrés Cafiero y Mario Andrés Meoni– el malhadado decreto 949/20 que al día de hoy sigue vigente y que es una de las normas más dañinas y anuladoras de la Soberanía Nacional, porque en su texto se dispuso no sólo la entrega de hecho del río Paraná a los intereses y operatorias de grandes corporaciones extranjeras, sino también la renuncia a toda soberanía en las decisiones correlativas, empezando por la operatoria del Canal Magdalena que es la vía natural para la entrada y salida de todo el comercio exterior argentino. Y canal que sigue clausurado y durmiendo un ominoso sueño mientras la República Argentina se desangra económicamente.
La hipótesis de esta columna, entonces, es que en la sola palabra «hidrovía» Cristina sintetizó con astucia la entrega de la soberanía nacional sobre el río fundamental de la geografía y la economía argentinas. Y en esas ocho letras aprobó además la recuperación del camino histórico para el comercio exterior independiente y soberano, clausurado hace 30 años por el gobierno cipayo de Carlos Menem que inició la entrega del entonces poderoso comercio exterior argentino y de casi toda la también otrora orgullosa industria argentina.
Ella conoce perfectamente todo eso, de donde es obvio que al decir «hidrovía» se refirió al río donde Manuel Belgrano creó la Bandera Nacional; el mismo río donde José de San Martín venció en la célebre batalla de San Lorenzo a los imperialistas españoles; y también el río en el que el general Lucio Nicolás Mansilla resistió el 20 de Noviembre de 1845 en la Vuelta de Obligado la entrada de una poderosa flota franco-inglesa que traía la misión de apropiarse y dominar esa «vía navegable». Y flota que fue verdaderamente derrotada por Mansilla y cientos de criollos ocho meses después, el 4 de Junio de 1846 en Punta Quebracho, provincia de Santa Fe. Efeméride no inocentemente olvidada, todo sea dicho.
Es obvio inferir de todo esto, entonces, que al decir «hidrovía» Cristina aludió al vocablo «Soberanía», que en este país todavía hoy requiere precisión y pedagogía, y que ella sintetizó sutil e inapelablemente en esas ocho letras pronunciadas en un estadio futbolero ante 60.000 ciudadanas y ciudadanos.
El sentido cabal de esa sola palabra en sus labios, en cierto modo lo dijo todo, porque Soberanía es un concepto que en el mundo entero se materializa en símbolos. La bandera de cada nación es la señal de su Soberanía. Cada Himno Nacional lo es, como lo es cada Escudo. Y también la moneda nacional de cada país.
En todo el mundo es así y es por eso que la destrucción de las monedas nacionales es, siempre, una manera de anular soberanías y dominar pueblos. Como sucede ahora mismo en la Argentina, donde la posible «dolarización de la economía» oculta un propósito perverso, antinacional y colonizante.
Por todo ello y desde hace meses la Mesa Coordinadora de la Defensa de la Soberanía sobre el rio Paraná y el Canal Magdalena, integrada por una docena de compatriotas de las provincias ribereñas, viene ejerciendo un magisterio inclaudicable a fin de instalar el tema y hacer docencia cívica para que el pueblo argentino recupere la conciencia, en todo el país, de que la Soberanía es una cuestión nacional decisiva y fundamental.
Fue por eso que la mención de la vicepresidenta –tan sutil y sintética como oportuna– definió uno de los rumbos imprescindibles y urgentes hacia la nación independiente, justa, libre y soberana que la Argentina merece volver a ser. Y que en esencia es lo que vienen planteando esta columna y las luchas ciudadanas y sindicales, tanto en Rosario como en Quequén y Necochea y en cada puerto, fluvial o marítimo de nuestro extenso y riquísimo mapa hídrico. En el que destaca uno de los cinco ríos más importantes del planeta, pero el único autorepudiado. Porque aun teniendo más de 40 puertos fluvial-marítimos, en casi todas las ciudades portuarias hay hambre y agoniza el así llamado «comercio exterior argentino», que es sólo una entelequia mentirosa ya que el verdadero comercio exterior de este país es el que practican dominantemente decenas de corporaciones extranjeras que no permiten controles ni pesajes, que no pagan más que ínfimos impuestos simbólicos, que actúan como patrones imperiales y explotan el trabajo argentino malpagándolo en casi todos los casos gracias al no-control y a la condición de Estado Bobo al que la Argentina de este tiempo de deudas infames ha sido condenada.
Y condición de la que será muy difícil recuperarnos sin decisiones firmes ni consecuentes ejecuciones. Eso que en política se llama Patriotismo y que tantos estúpidos cipayos consideran palabra antigua y fuera de moda.
En su Soberanía se juega el destino de cada nación. Y en la Argentina de hoy, como están las cosas en materia de decisiones patrióticas, la perspectiva es sombría. Por eso en su discurso del jueves pasado Cristina lo dijo todo con esa sola palabra, con la que resignificó el sentido de una lucha y un rumbo hasta ahora negado desde las alturas del poder, tanto peronista como de la necia, ignorante, mezquina, cipaya y ahora renovadamente violenta oposición.
No deja de ser asombroso que, al pronunciar una única palabra, la más importante líder política de este país haya redefinido una esperanza. Enhorabuena.