A los varones nadie los empala. No los violan ni los mutilan para desecharlos en bolsas destinadas a residuos. No los acosan hasta aterrrorizarlos y quitarles toda posibilidad de defensa, no llega el día en que además de eso los matan. No les apuntan con un arma en la cabeza sin que luego pase nada. No los llenan de agravios y descalificaciones, de esas que horadan día a día a día, cuentagotas de veneno que golpea cabezas desde adentro y desde afuera.

«Puta» y «chorra» son agravios predominantemente destinados a las mujeres. Muy en particular destinados a las que se han atrevido a ir más allá de los confines usualmente reservados para nosotras. Disciplina destinada a castigar a las que osan discutir el reparto histórico de poder, alguna violencia que desde una desproporcionada desigualacion o desde lo más alto aprieta. 

Mujeres en la mira es el libro recientemente publicado por Marta Fernández Boccardo habla de esto, puntualizando los modos en que la violencia patriarcal opera desde hace siglos y aún hoy. Estamos en la mira, nos lo dicen y nos lo muestran.

Si contaramos a todas las víctimas… cuántas son? Incontables. Es un genocidio que lleva siglos. 

El terror y la violencia van renovando estrategias y armas, y han encontrado mecanismos sofisticados y muy actuales para esa tradicional invisibilización que lo vuelve opaco a la vista aún cuando se despliega a cielo abierto. Me refiero a la banalización que frivoliza la violencia y el terror, tanto que llueven frases con niveles de impunidad y a una velocidad que desafían nuestra capacidad de respuesta. La motosierra es una figura que ha frivolizado y legitimado una propuesta de destrucción y eliminación de enemigos cosechando aplausos, risas y votos. La picana, desde las tinieblas más espantosas de nuestra historia reciente regresa ahora en colectivos. Motosierras y picanas que en manos de quienes nos «conducen» aleccionan y aterrorizan con eficacia que trasciende y se expande, así se van cargando las armas.

No son discursos de odio apenas. No es odio diría ni tampoco es solamente discursivo. Todos odiamos y amamos, todos sin distinción de clase, raza,, género o partido. Estamos hablando de otra cosa, de lo que somos capaces de hacer con nuestros odios.

El terror funciona como la policía de los fantasmas que él mismo agita y produce. Despliega sus mecanismos de “control” y exterminio material y simbólico para lo que construye y califica como peligroso o amenazante. Y escuchamos esa frase en boca de un presidente que hoy, ahora, nos está gobernando: «Necesitamos más show», mientras se nos alecciona y se nos manda a callar, a no aparecer en la escena pública. Sin embargo, lo sabemos: el silencio no es salud y esto no es «libertad».

Lali es el último nombre de mujer que pone el repudio y la resistencia en valor, con el valor y el coraje de las que no se amedrentan. Lali es nombre vital en el camino a un nuevo #8M. A las armas de la crueldad y la violencia las carga el terror. A veces gatillan por fuera. Siempre gatillan por dentro.

Fuente: https://www.pagina12.com.ar/713291-el-show-debe-continuar-la-frivolizacion-de-la-violencia-cont