Como un oleaje inevitable y ominoso, este país que tanto amamos parece marchar inconscientemente hacia su propio funeral como Nación. Ya lo decía María Elena Walsh: «Un pasito para atrás y no doy ninguno más, porque ya yo me olvidé dónde puse el otro pie”.
Esa sensación, es evidente, viene ganando el corazón y la conciencia de muchos y muchas compatriotas, cada vez más, que repudian el dizque «acuerdo» con el FMI y parecen resignarse a la hecatombe económica que seguirá a esa firma. Lo que también explica la premura de los acordantes por cerrar este bochornoso capítulo, que, como todo pasito atrás, parece inevitable que significará perder casi para siempre toda decisión soberana.
Esta columna, aunque no especializada en economía, no ha dejado de sostener ni por un segundo la posición de muchísimas personas honorables y de espíritu patriótico que, en todo momento, rechazaron el supuesto «acuerdo» impuesto por la posición dominante, autoritaria y chantajista del organismo norteamericano dizque internacional. Y con el cual Mauricio Macri, émulo y fotocopia tardía del traidor Menem, nos entregó con promesas falsas y mentiras verdaderas que engañaron a más de medio país y todavía confunden gravemente a la ciudadanía.
Afortunadamente, a medida que pasan los días las dudas se van despejando gracias a las explicaciones abstrusas e incomprensibles con que se quiere convencer a un pueblo que sólo busca recuperar su dignidad alimentaria y habitacional, trabajar en paz y progresar mientras sus hijos e hijas son educados por un Estado confiable. Uno diría que no mucho más que eso, pero la cuestión es que son 25 millones de personas que están hartas y muestran su fastidio, apatía y reacción, votando, muchísimos, a una oposición entre energúmena y candorosamente gorila, apuntando a lo sombrío antes que a lo claro y como quien se dispara un balazo en el pie.
Guste o no, esto sucede entre más se ocultan o disfrazan las oscuras cláusulas de un supuesto «acuerdo» que es más que nada una claudicación, un poner de rodillas a una república desgastada después de 60 años de bandidaje, corrupción civil y militar, violencia institucional y creciente dependencia de poderes foráneos, con sólo breves períodos de esperanza que, no obstante, fueron y son degradados por un sistema mentimediático cada vez más compacto y ahora, ya, dictatorial, porque no sólo no se lo limita sino que se lo tolera y hasta apaña.
En ese contexto tan duro para las grandes mayorías populares, pretender que la población acepte un «acuerdo» a pagar con su futuro destartalado, si no fuera tan gravoso sería un pésimo chiste: el de «pagar» lo que no compramos ni recibimos. Y de eso todo este país se da cuenta, como también sabe que no sólo este «acuerdo» no detendrá la timba financiera de algunos pocos miserables sino que ni se habla de derogar la Ley de entidades financieras de Martínez de Hoz, por ejemplo.
Como ha tuiteado en estos días la ex Diputada Nacional Alicia Castro: «Tomaron una nueva deuda para pagar la de Macri, con lo que ahora el Congreso la va a blanquear y ya no será la deuda de Macri sino la deuda del Frente de Todos». Es por lo menos zonzo, como diría Perón.
Y peor aún: como advirtió el agudo y siempre alerta economista Horacio Rovelli, el viernes «la Comisión Nacional de Valores dispuso –a partir de hoy lunes– el levantamiento de todas las restricciones a todas las operaciones con dólar bolsa y dólar liqui». O sea, facilidades absolutas para las nuevas fugas de capitales.
Es un poco mucho obligar a casi 50 millones de personas a hipotecar su futuro por todo un siglo, y encima a la vista de unos pocos ricos y todo ello sin auditoría, sin contar los porotos para ver por lo menos cuáles eran genuinos y cuántos estaban podridos, y todo bajo el imperio infame de la mencionada Ley y de corporaciones que sistemáticamente destruyen nuestra moneda con la casi permanente complicidad del Banco Central, siendo que toda banca pública debe estar siempre al servicio del desarrollo nacional y de defender la moneda, que es lo primero que no entregan los países ricos porque una moneda nacional fuerte es la primera representación de la soberanía.
El camino, hoy, no es otro que rechazar el «acuerdo», auditar rigurosamente la supuesta deuda, denunciar el abuso ante la Corte Internacional de Justicia y cambiar de una vez la infame Corte Suprema y el absurdo, lento y corrompido sistema judicial. En camino, obviamente, a la Nueva Constitución que el pueblo argentino necesita y sabrá darse.
Esto sería por lo menos digno, en lugar de rendirse, en el Congreso. Y a quien responda que esta columna plantea como única alternativa caer en default, cabrá recordarle que no será la primera vez y que Néstor Kirchner gobernó casi cuatro años un país defolteado al que rescató de las llamas, y de ahí el prestigio que se ganó para siempre.
Y todavía hay que apuntar un ya evidente desacuerdo del Presidente Alberto Fernández con su ministro Martín Guzmán, al menos desde que esta semana el país se enteró de que hasta hace dos o tres meses no se sabía que el Fondo iba a dar un nuevo préstamo para pagar… al Fondo. Es presumible que habrán habido reproches y molestias porque así se blanqueaba el abuso organizado entre Macri y el FMI. Una verdadera violación internacional a cielo abierto que es imperativo que el pueblo argentino conozca en detalles y señalando a este Alí Babá y sus 40 ladrones, si no son, como seguro son, muchos más.
Y a todo esto –y es tan odioso como ineludible señalarlo– la ciudadanía se entera, no sin asombro y sorna, de que el adiestrador de Dylan, un señor de apellido Alzaga Unzué, ha sido nombrado «Director de Planificación Operativa y Centro de Monitoreo del Ministerio de Seguridad» con un sueldo mensual de $ 279.000. Uno detesta escribir estas cosas, pero la cuestión no es la voluntad de autor sino el asombroso sinsentido de este tipo de decisiones, que, si uno recuerda a la esposa del gobernador jujeño en el directorio de YPF o a la señora Claudia Bello en el de Arsat, parecen ya manías de chupamedias presidenciales en el país de nomeacuerdo.
Podría decirse: es la educación perdida, estúpidos. O sea la repartija en 24 entidades que despedazan un sistema educativo nacional que durante un siglo y con guardapolvos blancos, efemérides y respeto, formó ciudadanos después tantas veces estafados por políticos corrompidos y empresariados corruptores. Y así estamos y así se va a votar, todo lo indica, esta entrega final, miserable y mentirosa, de la otrora orgullosa y hoy –aunque duela escribirlo– pisoteada República Argentina.
Fuente: https://www.pagina12.com.ar/406148-el-acuerdo-en-el-pais-de-nomeacuerdo