Me entero que murió Febbro y entro en conmoción. Me viene su última imagen y la primera: fue el primer día que entré a trabajar en la redacción del servicio en español de Radio France en París. Mi vida era un desconcierto total pero conseguí el trabajo soñado. El primer día, al llegar a la vieja y grandiosa Casa de la Radio y subir al piso 9 me topé con los lockers, donde los periodistas dejaban sus cosas. Vi su nombre en uno, pensé al toque en ir a saludarlo para tener un primer cómplice en mi nuevo trabajo. Escuché un acento argentino por ahí y lo fui a encarar. Me presenté, le mencioné que había trabajado en varios proyectos con Santi O’Donnell, y que era su amigo. Me dio un abrazo, en ese momento nos hicimos amigos para siempre. Ya no estaba tan solo en esa ciudad tan gris y de alguna manera, como pudo, se tomó el encargo de apadrinarme en la radio, en la ciudad y en la vida. Me dateó sobre cada nuevo compañero/a. «Ojo con esa, que es re facha y el marido laburaba con Massera», «este es un cagador», «con tal se puede hablar».

Fumamos infinidad de cigarrillos abajo («¿vamos a tirar unos humitos?», me decía), él prendía uno con la colilla del otro, y no paraba: de una anécdota en Cisjordania a otra con Charly García a un comentario de su vida privada a la que no le faltaba drama cinematográfico. Tantos relatos de glamour y luego íbamos por enésima vez a intentar sacar plata en algún cajero con su tarjeta banelco del banco credicoop que nunca funcionaba en París.

Un cumpleaños me invitó a su depto en el distrito 12 y comimos empanadas con su familia y él no paró de contar sus historias. Historias de periodistas. De periodista. Se hizo tarde, me dijo «quedate a dormir, te armamos el sofá». Al otro día nos despertó a su esposa, a su hija y a mí con medialunas y café. Hacía un frío abominable y él andaba en mangas de camisa.

La última vez que lo vi fue hace tres años en una visita fugaz. Tomamos un café donde me citaba siempre, en Bastille, en un bar al lado del Banco de Francia. Seguía siendo Febbro. Caminamos algunas cuadras y ya se iba. Le dije «vamos, te acompaño hasta la puerta». Me dijo que prefería que no. Hicimos planes, como siempre: libros, películas. Nos despedimos con un abrazo. Cruzó el boulevard Lenoir y se perdió en un pasaje, inundado de luz amarilla, con el cuello del saco levantado, fumando. Lo estoy viendo.

Querido Febbro, me acabo de enterar que te moriste hoy en París. Me tomo un trago a tu salud por tu memoria y tu recuerdo, y te agradezco lo que hiciste por mí. Me dejás como herencia una frase que uso siempre: el pasado es un lugar inhabitable.

*Periodista y documentalista. Docente de la carrera de Imagen y Sonido. FADU/UBA

Fuente: https://www.pagina12.com.ar/538540-eduardo-febbro-el-hombre-de-la-vida-con-drama-cinematografic