En tiempos de zozobra y agitaciones electorales escaladas, vale la pena tender la mirada sobre los 40 años de democracia ininterrumpida, buscado hilvanar confianzas y desentrañar algunos nudos que explican por qué el «caso argentino» ha sido tan rico para el campo de estudios de la memoria transnacional. Aquí, diez razones a las que abrazarse en esta cuenta regresiva que nos quita el aliento:

1. Una temporalidad no biológica

Desde 1977, las Madres de Plaza de Mayo han exigido justicia por sus hijxs arrebatados por el terror militar. Durante más de cuatro décadas, las Madres han repetido su ronda semanal alrededor de la plaza central del país. Su consigna «nuestros hijos nos dieron la vida» ha sido el punto de partida de un linaje gobernado por una temporalidad invertida que no responde a tiempos lineales o biológicos. Con sus cabezas cubiertas de blanco, las Madres han envejecido en el lugar más público de la escena política local. Han desplegado una performance desgarrada del duelo que ha quedado enclavada en el escenario global.

2. El número

La experiencia del duelo local también ha quedado atada a la persistencia de un número: los 30 mil. Un intento de acallar el espanto de vidas detenidas a la intemperie de la desaparición, tragadas al horror de la presencia en ausencia, de los cuerpos sin sepulcro. Cada vez que este número ha sido cuestionado, ha habido una respuesta. En cuatro décadas, 30 mil ha dejado de ser una mera cifra. Es el nombre de una comunidad en duelo.

3. El camino legal 

A diferencia de otros países, la transición democrática en Argentina no ha estado atada a la reconciliación (va de retro), ni al perdón. Por el contrario, se ha centrado en una voluntad férrea de justicia. En 1985, Argentina fue la primera nación de América del Sur en llevar a sus dictadores ante la Justicia. Los líderes de la Junta Militar fueron juzgados por un tribunal civil y, en su mayoría, condenados a prisión perpetua. Las cortes se hicieron eco del Nunca Más. Es sabido: el camino legal ha sufrido interrupciones: tras dos leyes de amnistía, en 1990 un indulto presidencial perdonó a muchos de los perpetradores condenados. Sin embargo, en 2003, las «leyes de impunidad» fueron declaradas inconstitucionales, abriendo el camino a los juicios que continúan hasta hoy. El juicio de 1985 devino película, ganadora de un Globo de Oro y ovaciones de pie en todo el mundo. Desde las pantallas, aquel histórico tribunal abonó la narrativa épica de una nación dispuesta a llevar al terror frente al estrado.

4. Filiaciones ampliadas

La red de asociaciones creada por los familiares de las víctimas del terrorismo de Estado tomó la forma de una “familia herida”. Las Madres han llevado las fotos de sus hijos como una segunda piel. Las Abuelas han confiado en las pruebas de ADN para recuperar 133 de los 500 bebés que se estima apropiados durante la dictadura y criados bajo identidad falsa. Los H.I.J.O.S. han apelado a los «escraches», esa forma de acción directa, ruidosa y festiva para denunciar la impunidad de los crímenes cometidos contra sus progenitores. Todas estas organizaciones han evocado sus lazos biológicos con los ausentes para legitimar sus reclamos de justicia. Sin embargo, sus modos de encuentro han cuestionado la idea misma de familia tradicional. En esta performance de filiaciones extendidas, los lazos sanguíneos se han visto extrañamente desplazados y hasta subvertidos. Personas no directamente implicadas en la experiencia de la pérdida también han podido adoptar este linaje, abrazando el duelo como forma de parentesco expandida.

5. Memoria en tránsito 

El imaginario argentino también ha circulado de manera transnacional. La lucha de las Madres de Plaza de Mayo ha inspirado a otros grupos de madres en Colombia e Indonesia. En México y España, la idea de los desaparecidos se ha convertido en un ícono de la memoria. Aleida Assmann y otros académicos internacionales han enfatizado cómo este proceso de transferencia contribuyó a visibilizar el caso de los 150 mil republicanos españoles enterrados en fosas comunes clandestinas durante la dictadura franquista. Estas resonancias transnacionales también hablan del poder irradiador del duelo local.

6. El Humor

En tiempos en los que la memoria corrió el riesgo de ser oficializada, las nuevas generaciones, contemporáneas a los hijos y aún más jóvenes, propusieron nuevas narrativas para relacionarse con la pérdida. En el cine, la literatura, y el teatro, se burlaron de los privilegios sanguíneos creando nuevos vocabularios y personajes experimentales para explorar los legados del terror. Así, clavaron los tacos al dolor para obligarlo a “aullar de alegría”, como se lee en Aparecida (2015), la novela-carta-poema de Marta Dillon a su mamá asesinada. Las reverberaciones de estas narrativas, tan provocadoras como expansivas, lograron irradiar entre audiencias menos allegadas a la experiencia de pérdida. Este tono audaz inauguró un nuevo giro en los modos de percibir las secuelas de la violencia que desvela a investigadores en el mundo.

7. Los pañuelos

Los 40 años de democracia han estado marcados por multiplicidad de pañuelos, esos “triángulos de tela barata”, como dice Ana Longoni, han lograron movilizar poderosas redes de afectos: los icónicos blancos, llevados por las Madres desde 1977, y también los verdes, adoptados por una nueva jovencísima generación, que en el período conservador habían irrumpido en las calles para denunciar una estructura misógina y patriarcal todavía en pie. Dos experiencias de duelo se entrelazaron. Este anudamiento fue subrayado durante la efervescente campaña nacional por el derecho al aborto gratuito y seguro, donde las protagonistas, en su mayoría adolescentes, adoptaron los pañuelos verdes como símbolo de su lucha. En su interior llevaban inscritos los pañuelos blancos. «Vamos a pintar América Latina de verde», fue la promesa con la sanción de la ley a fines de 2020. La imagen de Nora Cortiñas levantando ambos pañuelos circula por el mundo mostrando cómo batallas antiguas y nuevas se anudan y retroalimentan entre sí.

8. Parientes nuevos 

Los últimos años han sido testigos de la emergencia de nuevas ramas de la «familia herida». Por un lado, Historias Desobedientes, la organización creada por familiares de perpetradores de los crímenes de lesa humanidad; en su mayoría hijas desobedientes que repudian a sus progenitores. En nombre de un familiarismo disidente y rebelde, el grupo abrazó los pilares del movimiento de derechos humanos local: memoria, verdad y justicia. La emergencia de Historias Desobedientes podría pensarse como una suerte de «salida del clóset» alternativa y una perturbación radical en el campo del activismo de la memoria transnacional. En 2019 también surgió Nietes. La agrupación, creada por segunda generación de descendientes, adoptó por igual pañuelos blancos y verdes. Defensores vehementes de los géneros fluidos, en el grupo no se habla de desaparecidos, sino de desaparecides. Nietes ha subvertido de manera lúdica la imaginería tradicional, adosando pañuelos verdes a los cuellos de sus abuelxs y pintando sus labios de verde. Historias Desobedientes y Nietes señalan la incorporación de nuevos parientes insumisos a la “familia herida”. Hablan de un duelo irredento y conmovedoramente vivo.

9. La celebración

Dentro de este entramado de cruces intergeneracionales y transnacionales, el aniversario del golpe militar del 24 de marzo de 1976 se ha recortado como la fecha de una extraña celebración en Argentina. Día Nacional de la Memoria y feriado desde 2004, cada 24 de marzo las multitudes toman las calles anudando reivindicaciones tradicionales a las demandas más acuciantes del presente. Como la democracia, esa extraña comunidad en duelo se encuentra en continuo proceso de construcción; como la democracia, esta comunidad emerge como promesa incierta desplegada hacia el futuro. Cada 24 de marzo, las calles muestran los múltiples modos en los que la experiencia del duelo ha dado lugar a nuevos deseos colectivos.

10. La amenaza

En las vísperas de su 40º aniversario, la comunidad en duelo está en peligro. Un partido de extrema derecha, liderado por un candidato autodenominado “anarcocapitalista”, secundado por una activista de la familia militar, desafió el imaginario del Nunca Más con hostilidad y corrosividad sin precedentes. No solo se ocupó de mancillar el número de desaparecidos, sino que reivindicó los crímenes del terror con las mismas narrativas de sus autores. En un clima donde fantasmas se agitan sin conjura, la coalición pro-militar disputa este domingo una segunda vuelta. Independientemente de los resultados, la comunidad en el duelo no será silenciada. Está amparada en 40 años de clamor compartido.

* Cecilia Sosa es investigadora en Goldsmiths, Universidad de Londres. Este texto es un anticipo del libro colectivo Voces de la democracia, coeditado por la autora y Philippa Page (Universidad de Newcastle).

Fuente: https://www.pagina12.com.ar/617909-diez-razones-y-40-anos-para-abrazar