En una voltereta clásica del país del “nunca digas de esta agua no he de beber”, la asunción de Sergio Massa, en un cargo que sobrepasaría incluso al de un primer ministro, impactó en la cartelera del dólar, el atril que mira la oposición para atizar o frenar su discurso destituyente. Lo único que importa ahora, en el clima de incertidumbre que se había creado, es el alivio de un dólar en descenso que alimenta la esperanza de un efecto de arrastre en la inflación, aunque las cifras de este mes serán, seguramente, un dolor de ingle.
La figura del flamante ministro de Economía, Producción y Agricultura, –más otras incumbencias– decayó cuando se alejó de Néstor y Cristina Kirchner, luego creció en las elecciones del 2013 y 2015 y volvió a decaer en un naufragio que incluso lo llevó a la cumbre de Davos de la mano de Mauricio Macri. Hasta que volvió al redil y se incorporó al Frente de Todos. El jefe de la Cámara baja se alineó allí claramente con el oficialismo y articuló con todas las corrientes internas en un desempeño correcto.
En esta ocasión, su viejo adversario al que derrotó en las elecciones del 2013, Martín Insaurralde, fue uno de los primeros en reclamar su incorporación al gabinete. Cuando se organizó el Frente de Todos, un alicaído Massa había preferido no estar en la gestión sino en la actividad legislativa y así se convirtió en el titular de la Cámara baja.
El fuerte esmerilado en la figura de Alberto Fernández por la inflación y la corrida del dólar culminó con esta convocatoria en donde la capacidad de decisión en la economía tendrá una proyección indudable hacia la política. Massa es un político, no es un técnico. El manejo de la economía le otorga también injerencia en la política y, si le va bien, será una plataforma formidable para el 2023.
A fines de junio, cuando ya la escasez de dólares era notable en el Banco Central, antes de renunciar, el ex ministro de Economía, Martín Guzmán, se tiró a la pileta cuando ya no tenía agua y exigió el control de todos los resortes relacionados con la política económica. Pero eran sus medidas las que habían engendrado al bebé de Rosemary, por lo que era lógico que el mandatario rechazara su exigencia. Darle todo el control de la economía a Guzmán para que hiciera lo mismo que había engendrado a la crisis no parecía razonable.
En ese momento apareció la opción de Massa que planteó la misma exigencia: el control de todo o nada. Después de varios días de cavilar, el Presidente se inclinó por Silvina Batakis, que aceptó con menos exigencias. Pero su designación no alcanzó; el dólar, el campo macrista y la inflación mantuvieron esa presión creciente. El Presidente no le dio tiempo a probarse y reculó en una decisión en cuyas deliberaciones intervino también la vicepresidenta Cristina Kirchner.
Con esa presión el mes se hizo largo y cada minuto de inercia potenció el malestar. Tomarse el tiempo para reflexionar antes de una decisión es bueno, pero muchas veces ahorrar tiempo es mejor. Fue largo el proceso para decidir y produjo un desgaste muy fuerte en el gobierno. Y en los sectores populares se prolongaba la agonía de ver achicarse día a día la capacidad adquisitiva del salario. Eso significa que cada día es algo menos que se puede comer o vestir. Es una vorágine de caída en la calidad de vida de la mayoría. La decisión de los productores rurales medianos y grandes de no liquidar sus cosechas a la espera de una devaluación por la que ellos mismos presionaban terminó de empeorar la situación de la mayoría de los argentinos y puso al país al borde de una catástrofe.
Aunque la justifiquen como una decisión comercial lógica sobre algo que les pertenece, fue un acto insolidario con su país. No perdían plata si rendían la cosecha. La plata la habían salvado durante los primeros meses del año con la liquidación de una parte menor de los granos por los altos precios internacionales empujados por la guerra entre Rusia y Ucrania.
La entrada de Massa coincidió o terminó de decidir la salida de Gustavo Beliz, que había sido nombrado como secretario de Asuntos Estratégicos para aprovechar los contactos que había cosechado por sus largos años como funcionario en el Banco Interamericano de Desarrollo. A Beliz le interesaba la presidencia de ese organismo. Fue propuesto por el gobierno para esa función, pero fue derrotado por el candidato de Donald Trump.
En el gobierno piensan que Beliz perdió interés en la gestión y a partir de allí se dedicó a bloquear las inversiones chinas y rusas en grandes obras, como si hiciera buena letra con relación a su carrera en esos organismos que tienen sede en Washington. Su reemplazo por Mercedes Marcó del Pont destrabará los proyectos que Beliz obstaculizó.
Gran parte de la crisis tiene un factor político. En ese plano, el gobierno se fortaleció con Massa en la gestión. Es el tridente de sus dirigentes principales en lugares estratégicos del gobierno. Esa fuerza dependerá de que se mantengan los puentes entre ellos, pero sobre todo con la vicepresidenta. El malestar por la situación económica y la cercanía del proceso electoral convirtió este movimiento en la última bala del gobierno. No tendrá otra oportunidad. El trío de gobierno no puede cometer errores o cortarse cada quien por la propia. El gobierno de coalición no resistirá otro desencuentro.
Ya se produjeron señales de mejora y la movida obligó a la oposición macrista a pasar de la ofensiva a ultranza, a una actitud de expectativa –podía quedar descolocada si insistía con sus ataques y pedidos de salida adelantada y juicio político– La incorporación de Massa fortaleció al gobierno. Pero al mismo tiempo abrió interrogantes.
En medio de una crisis, las medidas para resolverla no son tibias porque necesita romper la deriva negativa de los mercados. Cada medida que tome necesita todo el respaldo político, porque la debilidad anestesia las decisiones. Por eso, la articulación de Massa, Alberto Fernández y Cristina Fernández resulta indispensable.
Aún así, el resultado no está garantizado y los próximos días, cuando se conozcan las medidas que impulsará Massa, se podrá vislumbrar si hay un sendero de recuperación que vaya de la mano de la recuperación política del Frente de Todos de cara a las elecciones del 2023.
La presencia tan central de Massa también despertó cierto recelo y desconfianza entre los otros aliados del Frente de Todos. Para algunos Massa tiene una visión neoliberal del país. Otros lo definen como “productivista”. En general, los economistas con los que se referencia, desde el vasco José Ignacio de Mendiguren, hasta Miguel Peirano, con matices, tienen un perfil más “productivista” que neoliberal.
Otros recuerdan con aprensión al Massa jefe de gabinete de Cristina Fernández, en 2008-2009, como un joven ambicioso y apresurado por subir en la pirámide del poder. Otros que han trabajado con él en los últimos años en Diputados, aseguran que no es el mismo y lo definen como alguien más medido, más flexible y más conocedor de sus tiempos.
El rediseño del gobierno, con la preponderancia de Massa, necesariamente implica el rediseño de la ecuación interna en el Frente de Todos, donde ya comienzan a alistarse los futuros candidatos para el 2023. Massa ocupaba un lugar importante, pero de acompañamiento. Ahora pasó al centro de la escena, de gestión y decisión pura. Un lugar donde los costos o los beneficios se reciben en vivo y en directo.
Fuente: https://www.pagina12.com.ar/441183-a-en-el-gabinete-nacional