El 12 de marzo de 1980, Horacio Campiglia fue secuestrado en el aeropuerto de Río de Janeiro. Los archivos dicen que la inteligencia militar argentina contactó a la brasileña y se montó el operativo. Los mismos documentos dicen que el propio Leopoldo Fortunato Galtieri fue a interrogarlo a Campo de Mayo. Campiglia era, por entonces, integrante de la Conducción Nacional de Montoneros y estaba regresando al país en el marco de la segunda contraofensiva que había lanzado la organización. Para Pilar Calveiro era su compañero –con el que había soñado tener un proyecto de vida en México después de sobrevivir a la Mansión Seré, la comisaría de Castelar, la Escuela de Mecánica de la Armada (ESMA) y la casa del Servicio de Inteligencia Naval (SIN). Para Mercedes y María Campiglia era un padre amoroso. Esa historia –atravesada por la política y el amor– es la que reconstruyen las tres mujeres –madre e hijas– en El Petrus y nosotras, que acaba de editarse por Siglo XXI.
Pilar conoció a Horacio en 1967, el año en que asesinaron al Che. Se casaron en mayo de 1969, el mes del cordobazo. Fueron parte de las Fuerzas Armadas Revolucionarias (FAR) y después de Montoneros. Él se convirtió en el Petrus y ella en la Merke. Él estuvo al frente del área de inteligencia de Montoneros. Conoció y admiró a Rodolfo Walsh. En enero de 1975, tuvieron a su primera hija, Mercedes. Por entonces, la muerte era una posibilidad, pero ellos apostaban a la vida. Vino el golpe. El 25 de marzo de 1977, nació María, la segunda hija de la pareja. A los 40 días, Pilar fue secuestrada y pasó por distintos campos de concentración. Contra todo pronóstico –como dice Mercedes–, Pilar salió del pozo y volvió a sentir el sol en la piel. La familia volvió a reunirse durante tres días en Madrid en 1978. Antes de irse, Petrus grabó un casete en el que les decía a sus hijas que debían ser rectas y luchar por la justicia. Se tuvo que desprender de Mercedes que se colgó de su pierna para que no se fuera. Se reencontraron en México en 1979. Y él tuvo que irse para ya no volver.
Quedaron ellas que decidieron recordarlo a través de un libro, contar su “historia rota” con lo que quedó: la memoria de la familia, de los amigos, de los compañeros de militancia, las fotos y los videos que el abuelo paterno atesoró. Y las palabras a través de las cartas y de las cintas. El proyecto se inició antes de la pandemia, se escribió en los días de encierro y se decidió publicar después. Pilar, Mercedes y María viajaron a Buenos Aires desde México para presentar la obra en un contexto particular: los 48 años del golpe en una Argentina gobernada por Javier Milei y Victoria Villarruel, que niegan los crímenes de la dictadura.
“Hicimos dos textos y un archivo visual con su texto. Son nuestras maneras de aproximarnos a esta historia. Y como sucede con la memoria –que se reactualiza porque no es algo rígido ni sólido– llega este libro a infiltrarse dentro de este contexto histórico y se abre paso como la plantita que se abre paso en la grieta del muro”, dice Mercedes Campiglia.
–En el libro, hay un fragmento de una carta de Horacio en el que dice que estaban más cerca de la propia muerte que de la victoria. ¿Cómo lee esta pieza una militante de los ‘70 y cómo lo hacen las hijas?
Pilar Calveiro (PC): –Hay un momento en el que el nivel de violencia es tan alto que queda claro para quienes están militando que están mucho más cerca de la muerte que de la victoria. Permanecer en la militancia podría tener que ver con una apreciación más o menos acertada políticamente, pero en todo caso era un acto de convicción y compromiso con ese proyecto que se estaba intentando traer. En el caso de Horacio y de otros militantes, ellos persisten en esa práctica no por ceguera política sino por un acto de responsabilidad, por una mirada ética, por un compromiso con lo actuado y con los compañeros muertos.
María Campiglia (MaC): –Coincido. La frase también menciona la belleza de los ideales por los que se lucha. Es un ser humano haciendo una evaluación más o menos acertada de un contexto y manteniendo esa apuesta vital. Imagino que también tiene que ver con la apuesta que habían hecho otros compañeros y con nosotras.
Mercedes Campiglia (MeC): –Creo que también había una mirada de pensar qué responsabilidades implicaba la paternidad. Lo que yo pienso y lo que alcanzo a ver en lo que nos queda de él –que son los audios, las cartas– que él asumía la responsabilidad de dejar un mundo más justo. Creo que su paternidad está absolutamente ligada con su militancia, con ese comprometerse y empeñar la vida y el alma en construir una sociedad más justa con la convicción de que no se puede estar bien de manera aislada.
PC: –En el momento en el que alguien ve que está más cerca la muerte que la victoria, hay muchos que están viendo eso y frente a eso hay distintas opciones. Hay unos que optan por retirarse y decir que eso está perdido y otros que quieren seguir apostando hasta el final. ¿Hay mayor responsabilidad en uno o en otro? No, la responsabilidad tiene que ver con en qué medida la decisión se apega con tu convicción. Siempre el momento de la decisión política es un momento de incertidumbre.
–¿Cómo se reconstruye la vida de un ser querido que está desaparecido?
PC: –No se reconstruye, recuperás pedacitos.
MeC: –A mi mamá le tocó vivir más en primera persona. A mí me tocó una cosa distinta, que son estos cachitos de cosas –relatos, fotos, cartas. Eran un montón de piecitas desperdigadas que no construían una cosa. Hay un revoltijo de las historias que pude recuperar, de experiencias mías, de mis hijos y una idea de pensar la memoria como algo que se recrea, que es dúctil y que se puede ir transformando con el tiempo.
–En el libro no hay una reconstrucción desde lo que surgió en los juicios. ¿Puede ser que el relato judicial obture otros relatos como los de la militancia o la vida en aquellos años?
PC: –No creo que obture. Creo que lo judicial es muy importante. Sin embargo, eso no sustituye estas otras formas de abordaje, que también son imprescindibles.
MeC: –Al contrario. Es el primer paso, indispensable para el proceso de sanación de esas heridas sociales. Después podemos entrar en las partes más sofisticadas de la memoria, pero primero se deben señalar las responsabilidades que existen para que entonces haya un proceso de resarcimiento de ese daño.
PC: –Yo diría que es simultáneamente. Lo judicial es una de las respuestas.
–¿Puede darse en este contexto una discusión sobre la militancia de los ‘70?
PC: –Yo creo que no hay que eludir discusiones. Si la discusión se provoca, hay que darla, pero hay que dar esa discusión entendiendo qué significa en el momento presente.
– Hoy por hoy, se plantea que las organizaciones político-militares de los ‘70 eran terroristas y también se habla de terrorismo en Rosario para habilitar la actuación de las Fuerzas Armadas.
PC: –Hay que dar la discusión porque los ‘70 se distingue del concepto de terrorismo muy marcadamente. Es un fenómeno muy distinto al de la criminalidad porque justamente quienes están involucrados en la criminalidad son sectores afines y cercanos a las grandes corporaciones neoliberales. Hay que dar una discusión política que amarre con lo actual. Creo que lo que está ocurriendo en este momento en la Argentina es parte de ese neoliberalismo recargado terriblemente violento que intenta mostrarse como liberal y pacífico. No lo es desde que su simbología es una motosierra. No estás hablando de algo pacífico sino que estás instalando una violencia de carácter institucional.
MeC: –Antes de hacer comparaciones, lo importante es remitirse a lo que ya está probado y sustentado, y que es que fueron crímenes de Estado. Justamente por eso es importante todo el proceso de judicialización en el cual se estableció y sancionó esa situación. Es algo importante para poner sobre la mesa cuando se habla de que son dos ángeles caídos. No importa con cuál de los proyectos comulgas. Uno de estos colectivos cometió crímenes de lesa humanidad contra miles; el otro, no.
PC: –En el caso argentino, es muy claro que quien practicó los niveles de violencia que entran dentro de la categoría de terrorismo fue justamente el Estado.
–¿Cómo es este ejercicio de hacer memoria entre mujeres?
MaC: –Es un texto hecho desde el amor –desde quien fue tu compañero y nosotras desde una mirada medio edípica hacia el padre. Nosotras escribimos porque es un personaje que nos enamora por lo que implicó en términos políticos y familiares.
PC: –Las mujeres somos muchas veces las transmisoras de la memoria en las familias y en la sociedad. En Argentina, las mujeres han tenido mucho peso si pensamos en las Madres y en las Abuelas de Plaza de Mayo. Nosotras somos tres mujeres tratando de hacer un ejercicio de memoria con esta voluntad de tomar todo el linaje y también de transmitirlo a los hijos.
MaC: –Yo diría que hay una recuperación de la masculinidad –que, si bien es fuerte y estuvo vinculada a la guerrilla–, tiene matices suaves. Quisimos recuperar esas masculinidades que también arropan, cobijan y pueden hacer apuestas fuertes atravesadas por lo amoroso.
MeC: –Nosotras fuimos una familia de mujeres, no por elección. A nosotras no quitaron al hombre y, de alguna manera, este trabajo tiene que ver con restituir el lugar de lo masculino.
–MaC: Yo creía que era importante hablar de esta liga entre lo amoroso y lo político porque la ternura es lo que falta en esta historia. ¿Qué hubo con esta gente? Un trato bestial, un trato cruel. ¿Qué cura? Recuperar con la ternura otras formas de aproximarse.
Fuente: https://www.pagina12.com.ar/727157-las-mujeres-somos-muchas-veces-transmisoras-de-la-memoria