Desde París

El sueño de la casa propia se vio ultra superado por otro: el de la vida propia. Esa aspiración ya presente en las sociedades se incrementó con la pandemia y llevó a millones de personas a renunciar a sus puestos de trabajo para buscar otra vida distinta. No hay lugar en el mundo donde no haya aparecido ese movimiento. En Estados Unidos, unas 50 millones de personas dejaron sus trabajos en 2001 en la industria, los servicios o el sector terciario. La ola fue y sigue siendo tal que se la ha llamado “Great resignation” o «Big Quit» (la Gran Renuncia). En Francia, aunque en menor número debido a una población más reducida y una resistencia mucho más fuerte al cambio, las renuncias también se hicieron masivas y desembocaron en una crisis del empleo. El colapso, esta vez, fue al revés: no por el desempleo sino por la falta de candidatos a cubrir decenas de miles de puestos de trabajo vacantes. Para evitar la fuga las empresas propusieron mejores condiciones salariales a sus empleados sin que ello bastara para detener una corriente que se dirige no hacia un mejor salario sino a una actividad más cercana a las convicciones personales, a la necesidad de sanear el planeta o de tener una vida infinitamente menos limitada a los sacrificios. Stéphane Malmond, un ex empleado bancario dentro de un gran grupo, lo dejó todo de un día para otro: ”eso de Metro, Dodo, Boulot (Metro, non noni y laburo) se acabó para mí. Preferí ganar mucho menos, renunciar a un cargo de responsabilidad y de prestigio por un trabajo donde se acentúa mi responsabilidad personal con el bienestar mío y de mi familia. Hasta que no apareció la pandemia y el confinamiento no me di cuenta de que estaba llevando una vida de locos y, peor aún, que estaba siendo cómplice de la destrucción del mundo”. Stéphane Malmond se fue de París a vivir a Rennes, una de las grandes ciudades de Bretaña, y allí se instaló con un modesto negocio especializado en poner marcos a los cuadros. ” Ganar más o menos ya no me importa. Mi principal ambición socioprofesional no es tener un auto o dos sino sentirme bien y sentir que contribuyo a mejorar el mundo”.

En Francia

En Francia, según datos publicados por La Dirección de la Animación, la Investigación y los Estudios Estadísticos (DARES), durante el primer trimestre de 2022 520.000 personas renunciaron a sus trabajos, de las cuales 469.000 tenían contratos fijos y asegurados (CDI). ”Se trata de un nivel de demisiones muy, muy alto”, reconoce el organismo DARES que pertenece al Ministerio de Trabajo. El filósofo francés Eric Sadin (último libro publicado en la Argentina por Caja Negra Editora “La Era del Individuo Tirano, el fin de un mundo en común”), señala que se trata de un “gran aliento renovador, de una suerte de celebración de la alternativa que irrumpió de golpe en varios sectores”. El cambio de actividad profesional dio lugar a que muchas empresas, en particular en el sector de la hotelería, la restauración y los transportes, carecieran drásticamente de mano de obra. Sin embargo, no son los únicos afectados por esa “búsqueda de un sentido” que describe muy bien la socióloga y especialista de los empleados altamente calificados que renuncian a sus puestos, Elodie Chevalier. ”Ha habido -asegura la socióloga- un replanteamiento de lo que era esencial o no. En determinados sectores terciarios se produjo una pérdida de sentido precedida por la pandemia que aceleró e incrementó la reflexión sobre los oficios que podían o no ser considerados como esenciales”. La problemática no es nueva, sobre todo en las generaciones más recientes. Hace unos seis años, el sociólogo Jean-Laurent Cassely escribió un ensayo («La revuelta de los primeros de la clase») sobre los jóvenes que egresaban de las mejores universidades y escuelas de comercio, con un porvenir trazado y sueldos enormes, pero que se negaban a “alimentar el sistema” y terminaban volviéndose agricultores, abriendo panaderías y fiambrerías. Luego de la pandemia, el investigador francés constató “una suerte de epidemia que ganó a los consultores, ejecutivos, intelectuales o gente de los medios: abrir un lugar, crear un espacio casi experimental para instalar una granja urbana, una escuela de cocina vegetal, una fiambrería, una escuela de yoga, otra de osteopatía. Lo importante es, sobre todo, reunir gente, estar entre personas, y no ya tener un puesto bien pagado pero aislado. Son, en suma, proyectos existenciales dentro de los cuales se desarrollan nuevos modos de vivir”. Cassely también constata una de las poderosas paradojas de esta “gran renuncia” y deseo de cambio: se invirtieron años y años en inventar comunidades en línea, conectadas por medio de internet a través de todo el planeta, pero ahora lo máximo, lo total, consiste en promover contactos sociales con los otros, con y entre individuos dentro de los mismos espacios físicos y no ya conectados”.

“Es un cambio fuerte. Mucha gente ha dejado de creer en el sistema, tomó conciencia de la futilidad de alimentar un monstruo y decidió optar por su camino y apostó por la permacultura o una panadería. Es lo mismo. Este movimiento del Big Quit testimonia de una acelerada pérdida de sentido ante lo que existía, sobre todo dentro de las llamadas “profesiones calificadas”, comenta Sadin. Christine Le Fèvre, una mujer que trabajada en el sector de la publicidad y renunció a todo para ir a vivir en Normandía en una granja donde practica la permacultura, cuenta que, ” antes de la pandemia y a pesar de que tenía un excelente puesto de trabajo, con un salario alto que me permitía residir en los barrios más caros de París, nunca podía sacarme de encima la sensación de infelicidad. Antes de dormirme sentía que era una fracasada. Desde que trabajo tres veces más con las manos en la tierra me siento en paz, en resonancia con mis inclinaciones y orgullosa de estar llevando a cabo una actividad que no destruye el planeta, la tierra, sino que los restaura”. Elodie Chevalier observa también que las renuncias “no se concentran en un segmento, sino que conciernen al conjunto de la población activa de Francia. Todo el mundo se está moviendo, los recién ingresados al mundo laboral como las personas qua ya cuentan con carreras muy ricas. No hay jóvenes ni menos jóvenes, sino todas las generaciones confundidas”.

Cambiar la vida

Em anhelo de cambiar de vida, de darle un sentido a la existencia o de trasladar la actividad profesional hacia proyectos bio ecológicos no son los únicos resortes de Big Quit a la francesa. También, como lo explica Chevalier,” el miedo entra en juego en esta variable”. Miedo quiere decir aquí buscar una seguridad económica fuera de los puestos de trabajo donde se dependa de una estructura o de un jefe. Durante la pandemia, decenas de miles de personas fueron despedidas de sus puestos de trabajo. La economía se detuvo y con ella también el trabajo mensual y el salario garantido. Las medidas adoptadas por el gobierno y el seguro de desempleo amortiguaron la caída. Sin embargo, ante la posible repetición de una situación semejante, decenas de miles de personas optaron por garantizarse a través de la independencia laboral sus medios de existencia. Si a las 520 mil personas que renunciaron a su trabajo durante los seis primeros meses de 2022 se le suman las 518 mil que lo hicieron en el curso de los seis últimos meses de 2021 se llega a más de un millón de trabajadores. ”Es tan impresionante como invisible”, comenta Jean-Laurent Cassely.

El récord de renuncias precedente remonta al año 2008, justo cuando estalló la crisis financiera: unas 510 mil personas abandonaron entonces sus trabajos. El fin de la pandemia trajo igualmente un fuerte incremento de la actividad económica y, por consiguiente,” mucha movilidad en el mundo del empleo”, observa la DARES. El organismo acota que “en las fases de expansión económica aparecen nuevas oportunidades para trabajar y ello incita a la gente a renunciar a los puestos que ocupaba”. Sin embargo, las renuncias, ahora, están más ligadas a un profundo anhelo “a no dejar los huesos en una oficina” (Christine Le Fèvre) que a buscar oportunidades profesionales dentro del mismo sector. ” Los cambios de orientación profesional han sido radicales”, recuerda Jean-Laurent Cassely. Radicales y, a su manera, también con un aura real de representar una nueva existencia, una humanidad distinta en la que el banquero especulador se vuelve panadero, el especialista en redes sociales y manipulaciones virtuales cambia esa vida por la de apicultor. Puede que el movimiento se quede ahí, reducido a muchos individuos, pero no los suficientes como para trastornar el sistema. Puede también que se torne masivo y marque, al fin, un punto final a la expansión de un liberalismo que no hace más que destruir la esencia humana y la noción del otro, del semejante, como un aliado.

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Fuente: https://www.pagina12.com.ar/475001-renunciar-al-sistema-la-nueva-tendencia-laboral-en-francia-y